viernes, 29 de marzo de 2013

- Is this some rule that all black have to know how to cook?
- Honey, down here there is a law that everybody knew how to cook.


Passion fish (1992)
Este es un film que llamaríamos regionalista, en el mejor sentido del término. Retrata una vida de una persona y al tiempo la vida en Louisianna, un estado negro, francés, sureño. 
Un actriz de culebrones, May- Alice Culhane (Mary Mcdonnell) es atropellada con resultado de paraplejia y decide retirarse en la casa donde creció y por la que van a sucederse muchas enfermeras hasta que aparece otra chica del norte, de Chicago, Chantelle (Alfre Woodard) lo bastante necesitada del empleo como para persistir en él. En esa necesidad mutua reside la posibilidad de esa recuperación de ambas a una vida más o menos normal, más o menos plena. Por la casa van circulando el tío alcohólico de May-Alice, Reeves (Leo Burmester), sus antiguas compañeras de colegio, sus antiguas compañeras de teleserie Dawn (Angela Basset) y Kim (Sheila Kelley) entre otros. Y todos van comprobando el  buen funcionamiento de esa sociedad que se establece entre las dos. Una relación basada en el respeto que camina hacia la amistad y el afecto. Del bienestar y felicidad de estas mujeres se ocupan, respectivamente, Sugar LeDoux (Vondie Curtis-Hall) y un antiguo y latente aún flechazo de May-Alice, Rennie (David Straithairn). Ambos las introducen en la cultura y leyenda local de los Cayos, del pantano, de la vida sin más complicaciones. Ambos poseen ese carácter tranquilo, tierno, sanador en una película que gira desde cualquier ámbito sobre la idea de la curación. Obviamente están los temas de las raíces, de la vida sin tiempo del norte y la vida pausada del sur, de la importancia de la familia y de lo auténtico. Y de cómo, a veces, esto aparece en la bondad de los extraños. El guión y dirección corren a cargo de John Sayles que ha tenido en siete de sus películas a David Strathairn como su actor fetiche. Esa calma del pantano es lo que más se recuerda de esta película, la serenidad de ver instalarse en un alma atormentada la paz. Mary Mcdonnell no es, desde luego, extraña a este papel de misfit solitario, de ave caída del nido que le toca interpretar.

jueves, 28 de marzo de 2013

Je t´ai épousé parce que tu es le genre de femme a ne me laisser un moment de répos.
Tu n´as m´a jamais deçu. Tu es curieuse, inventive, tu possèdes des ressources 
inépuissables de complication avec un point de départ l´aéroport Charles Degaulle.
Ça c´est que j´aime en toi.













Mont Petit doigt m´a dit (2005)

Pascal Thomas adaptó en esta película la novela homónima de Agatha Christie (By the pricking of my thumbs (1968). El título hacía referencia al pasaje de Shakespeare que corresponde en Macbeth a una de las brujas "By the pricking of my thumbs, something wicked this way comes". Alude así a la capacidad de preveer el mal, de presentirlo, la intuición para desvelar los crímenes de los aficionados que además nunca son descubiertos ni castigados que posee Prudence Béresford, la protagonista encarnada por Catherine Frot. Como ocurre en los argumentos ideados por Christie el curso de la investigación precipita no solo el descubrimiento del crimen originario sino también que se produzca algún nuevo cadáver. Prudence acude con su marido, el coronel Bélisaire, a Le coteau ensoleille, una casa de retiro, a visitar a la tía de Bélisaire, Ada (Françoise Seigner) que no soporta el carácter inquieto de Prudence. Ese mismo carácter que por estar fuera de la norma de una esposa de militar y madre de una hija - Marie Christine (Sarah Biasini) , que debería estar encantada con sus nietos suizos por muy estúpido que fuera su yerno o muy insulsa que fuera la vida de esta hija - critica el general (Bernard Verlay). Por fortuna para ella su marido no sólo comprende sino que admira esa pasión por la investigación y resolución de misterios de su inusual esposa. Tal vez por aquello de que los mejores matrimonios se componen de un yin y un yang, del complemento perfecto entre dos caracteres distintos. La misteriosas muertes de la casa de retiro, el encuentro con Rose Evangelista (Geneviève Bujold) lleva a Prudence hasta una casa de la región de Rhône-Alpes, y de ahí a un pequeño pueblo a hacer sus pesquisas entre el cura (André Thorent), su misteriosa ayudante para todo (Valérie Kaprisky) y el hombre que esta protege, Monsieur Sevigné (Laurent Terzieff) y que posee esa gran casa precedida de un sendero de plátanos cuya pintura de Boscovin puso a Prudence sobre la pista de un misterio.
Una ocasión magnífica para disfrutar de dos de los mejores actores del cine francés. De Dussolier se recordará su presencia cuando era joven en la primera versión de Tres solteros y un biberón. Sin desmerecer sus dotes de entonces en los últimos años su despliegue de actividad y de talento es un regalo para cualquier amante del cine francés, del cine en general. A ambos les acompañan unos ingredientes, humor e inteligencia, en una combinación deliciosa que se agradece en gran medida y que ha merecido una segunda (Le crime est notre affaire, 2008) y tercera entrega (Associés contre le crime, 2012) .

martes, 26 de marzo de 2013

Mi padre había estudiado con Paul Klee y Kandinsky.
El del kibutz les preguntó: ¿Sabes dibujar tractores y coches?
Mi padre y su amigo se quedaron.












Free Zone (2005)
Amos Gitai debió llamarse Weinraub pero nació y creció en Haifa y el sionismo determinó la vida de su madre y la suya. Terminó arquitectura en Berkeley, tuvo que exiliarse tras una primera vuelta a Israel en París y ha trazado su carrera entre el documental y el cine. Natalie Portman nació también en Israel donde pasó la primera parte de su infancia y donde dice sentirse más en casa. No obstante esa determinación del judaísmo familiar algo en su educación les hizo bastante libres hasta para prescindir de la propia familia a edad temprana. Las protagonistas de esta película son dos mujeres, una judía (Hana Laszlo) y una palestina (Hiam Abbas) unidas por los negocios de sus maridos, Moshe ben Moshe y "El Americano" en una zona en la frontera entre Israel, Jordania, Siria y Arabia Saudita. Un territorio franco al modo de un free shop de aeropuerto. El judío vende al palestino emigrado coches blindados que éste revende al calor de la entifada y los numerosos conflictos de la zona. En medio de todo esto, una turista estadounidense que pasaba por allí, que acaba de romper con su prometido Julio en parte debido a las insidias de la futura suegra  Mrs. Breitberg (Carmen Maura, al igual que Hiam Abbas habitual en el cine francés). La película resulta opresiva porque parece un film de planos robados desde la parte trasera de un coche donde las localizaciones son de salpicadero, las aperturas de encuadre mínimas y donde hay un uso además de la superposición de negativos con sentido nostálgico. Uno quiere pensar que se intenta en ese tránsito buscar una salida a un conflicto que parece enredado sobre sí mismo como sugiere la canción trabalenguas en árabe que acompaña al llanto inicial de Portman que da comienzo a la película. La moraleja final es que, a pesar de ser vecinos condenados a entenderse, están tan enzarzados en la disputa que es difícil que abandonen lo que se ha convertido en hábito y todos dan por irremediable. Pero tal vez la esperanza reside en ese seguir hablando, con el idioma y los gestos que comparten, con sus historias familiares de múltiples migraciones, con la mirada fija una en otro.

lunes, 25 de marzo de 2013

That is one career all females have in common, wether we like it or not. 
Being a woman.
Sooner or later, whe have to work at it.
No matter how many others careers we´ve had or wanted


 












All About Eve (1950)

Joseph L. Mankiewicz escribe una historia que sirva para contar el backstage de la escena teatral, la ascensión de una nueva estrella contada en flashbacks por aquellos que contribuyeron a su introducción en el mundillo.  Una actriz, Margot Channing, que ha cumplido los cuarenta (en realidad Bette Davis tenía en ese momento 42 años) y sigue dando vida a papeles de jovencitas veinteañeras acoge bajo su protección a una admiradora Eve Harrington (Anne Baxter) que desborda humildad, abnegación, ciego fervor hasta que la jugada de convertirse sibilinamente en su understudy (actriz de reemplazo) con éxito no se ve coronada con el logro de quitarle no sólo el papel sino también a su novio, el director Bill Simpson (Gary Merrill). No contenta con eso seduce al crítico de referencia Addison DeWitt (George Sanders en estado de gracia) e intenta quitarle el marido, el dramaturgo Lloyd Richards (Hugh Marlowe) a su primera benefactora, Karen (Celeste Holm). Todo eso neutraliza DeWitt que ha visto en ella la compañera perfecta, alguien digno de ser lo que anunciaba el cartel del teatro vecino, "The devil´s disciple". Evidentemente esta es una historia de maldad, de confianza traicionada, de arribistas sin escrúpulos, de personas ya no ambiciosas sin límites sino avariciosas de éxito, de fama, de brillo. Es una historia de envidia y deshonestidad. Y cuesta creer que el auténtico talento pueda acompañar a tanta podredumbre moral o necesitar de ella para llegar a brillar. Por encima de toda esa película que gira en torno a Eve está la verdadera e incomensurable estrella de una Bette Davis en su madurez que podía bien representarse a sí misma, que en contacto con esa maldad reconoce la verdadera receta de la felicidad y un motivo más para reafirmarse en sí misma y en su grandeza de espíritu. Es también una prueba de fuerza, de estrés a la amistad entre esas dos parejas del dramaturgo, su esposa, la estrella y el director, admirable amistad a cuatro bandas donde todos y cada uno de sus miembros comparten ese afecto y lealtad en un círculo sin final.  Antes de la mitad de la película todo deja de girar en torno a Eve, personaje que solo puede provocar en cualquier persona saludable la mayor - saludable también - repulsión. Mankiewicz, por supuesto, nos ofrece la condenación de ese mal ejemplo en forma de reciprocidades kármicas.

martes, 19 de marzo de 2013

Defiendo al ave que se revuelve para defender
su nido, por muy pobre que sea.


Pelle Erobreren (1988)

Bille August dirigió y escribió el guión de su quinta película, conocida internacionalmente como Pelle el conquistador,  donde contaba con producción danesa una época oscura de su propio país que aún a finales del siglo XIX recibía suecos para trabajar en condiciones de servidumbre en lugares como la granja Stone a la que van a parar Pelle (Pelle Hvenegaard) y su padre (Max von Sydow). Son varias las miserias humanas que estamos convocados a contemplar: la condición de sierva de Anna (Kristina Törnqvist) hace imposible su amor con Nils Koller (Lars Simonsen), la dueña de la granja debe sufrir la lascivia de su marido de conveniencia así como sus bastardos o las mujeres que ultraja, el padre de Pelle de la falta de respeto a la que le conduce su avanzada edad, viudez y pobreza y Erik (Björn Granath) de la falta de libertad y la tiranía del brutal capataz. Hay poco lugar para el sueño o la esperanza, el amor, la solidaridad, la compañía y la alegría son siempre breves pero aún así las dos horas largas de film atrapan en esa mezcla de belleza y horror. Es una película de miserables, de emigrantes pero también una bella historia sobre la paternidad, sobre la figura del padre. Incluso el más indefenso e imperfecto de los seres puede acompañar y aconsejar en lo que sepa para bien a su criatura el tiempo que ésta necesite para hacerse grande, fuerte, sabia y elegir su propio destino.

lunes, 18 de marzo de 2013

It´s not a question of who´s wright or wrong,
 it´s simply a question of what´s inside the person.


Stand-In (1937)
De no ser por la ulterior celebridad de Leslie Howard y Humphrey Bogart esta película basada en la novela homónima de Clarence Budington Kelland podía haberse quedado sepultado para siempre en el cementerio de los celuloides echados al olvido. Su esquema argumental principal, el de una comedia romántica de hombre sesudo trasmutado en persona por las virtudes salvíficas del enamoramiento no era extraño a la época, no hay más que recordar Ball of Fire (1941) de Howard Hawks, eso sí, cuatro años posterior. Solo que esta película retitulada aquí como Siempre Eva, sí, el estupor que produce esa conversión no precisa mayor comentario, es algo más que la remozada historia del pecado original que nos pretenden colar. Su director Tay Garnett y los guionistas Gene Towne y C. Graham Baker convirtieron la cinta en una ocasión para hacer cine obrero, del obrero de Hollywood para ser precisos. Y eso se advierte desde el título que la protagonista, Lester Plum (interpretada por Joan Blondell) explica al mago de las finanzas Atterbury Tod (L. Howard) a su llegada de Nueva York a Hollywood para una auditoría de los números de Collosal Studios. Una stand- in es aquella persona que soporta el calor de los focos y la parte pesada de los cálculos fotográficos, de iluminación y demás ajustes del set antes de la llegada de la estrella Cheri (Marla Shelton). Ella y el director Douglas Quintain (Bogart) serán testigos de su transformación en persona comprometida con los 3.000 trabajadores del estudio y sus familias. Ellos deberán salvar los puestos de todos para que el especulador Ivor Nassau (C. Henry Gordon) no logre convencer a los banqueros dirigidos por el patriarca Fowler PettyPacker (Tully Marshall) de malvender los estudios. Los dobles, las estrellas olvidadas (Charles Middleton como Abraham Lincoln), los animales amaestrados, las niñas prodigio explotadas por sus progenitores, los técnicos de los estudios, los guardarropías, chóferes, todos ellos son los protagonistas de esta película. Sin sentimentalismos superfluos ni soflamas politiqueras demasiado abundantes. Solo las historias de vida de las personas que hacen con sus manos los productos del ocio y del espectáculo. Personas que saben el lugar que ocupan, que son conscientes de su pequeña importancia dentro del gran engranaje y aún así encuentran el modo de ser felices con lo que hacen y consigo mismos. Una ración de humildad para el mundo del lujo y el glamour. Como curiosidad, Joan Blondell se interpretaba a sí misma pues fue una niña prodigio, formó parte de las Ziegfield Follies y a pesar de una nominación de la academia debió sus éxitos más al teatro que al cine.

viernes, 15 de marzo de 2013

I was born when she kissed me, i died when she left me, 
i lived a few weeks while she loved me.



In a lonely place (1950)

Nicholas Ray dirigió In a lonely place siguiendo la novela de Dorothy B. Hughes. Humphrey Bogart interpretaba a un guionista de Hollywood (Dixon Steele) obligado a adaptar una novela mediocre, el texto de otro, ante una sequía creativa propia. Para evitarse el engorro de leer el folletín solicitaba a una guardarropía del bar Paul´s, Mildred Atkinson (Martha Stewart) que le cuente en su casa el argumento. La chica pierde la vida en una cuneta horas después y la policía ve en ello una relación causa-efecto convirtiéndolo en el principal sospechoso debido a sus antecedentes de violencia en el pasado. En medio de la investigación Steele desarrolla una historia de amor con la vecina que le proporciona la coartada, la aspirante a actriz Laurel Gray (Gloria Grahame) y realiza una apropiación del folletín convirtiéndolo en su mejor guión en años. Amor y creación suelen ir de la mano pero si la violencia resquebraja la confianza el amor abandona el escenario. Amamos a aquél a quien admiramos pero no a quien tememos. Y eso es lo que descubre la aspirante a actriz que tiene aquí el rol femenino principal. Dixon Steele tiene una personalidad que se desdobla en "Le violent" (título francés para este film noir) y eso acarrea con frecuencia un final solitario como el que promete el título original. Algunos seres humanos inspiran el amor de otros pero no pueden evitarles el monstruo interior, inseguro y violento, con el que conviven. Humphrey Bogart tiene ocasión de desplegar su ironía, su humor insolente y soterrado de siempre y también de transformar su máscara triste al servicio de un protagonista perturbado y perturbador en torno al que gira centrípetamente una acción cargada de angustia

domingo, 10 de marzo de 2013

"Sometimes we depend on other people as a mirror,
to define us, and tell us who we are, and each reflection
makes me like myself a little more"




My blueberry nights (2007)

Hay amores de invierno, que alientan esas horas frías antes de la llegada de otro día. Wong Kar-Wai había demostrado en sus películas más visibles en occidente, In the mood for love (2000) y 2046 (2004) que estaba hecho para el retrato del desamor. Y que ese desamor que, por costumbre, suele ser una ventana anecdótica, en elipsis, un elemento del argumento sobre el que pasar de puntillas hacia otras vivencias más activas, asertivas...él podía convertirlo en una ventana inacabable, en una vivencia glamourosa, disfrutable e incluso deseable. Que ese desamor formaba parte del amor con la misma legitimidad que el primer flechazo, el frenesí primero, la fiebre inicial, el vértigo, la pasión, la idealización o ese "todo puede ser posible" del despertar de una pasión. En ese final también todo puede ser posible, en la medida que es solo el anuncio de un nuevo comienzo en una cadena inacabable de ejercicio amoroso que acompaña al ejercicio vital.  Demostró que no sólo se podía sufrir con estilo, con elegancia, sino que ese sufrimiento era el mejor caldo de cultivo de un goce posterior. Para ello vistió de lujo a sus protagonistas, los arropó con el vals Yumeji´s Theme de Shigeru Umebayashi al que aún se hace con armónica un leve homenaje en esta cinta porque es el tipo de música capaz de volver loco y poseer al melómano más despistado. Sino pregúntenle a Susy López cuando la eligió para una pieza en video.
Este Wong Kar-Wai mainstream, occidental, se esperó con mucha expectación, tal vez demasiada. Muchos habrían esperado más ambición aunque los retos que plantea la cinta no son pocos. Y el regalo que supone para cada uno de los excelentes actores convocados por Avy Kaufman es notorio. Jude Law dando vida al timorato Jeremy, náufrago de Manchester reconvertido en gerente de un café y repostero de deliciosas tartas, tuvo la ocasión de encarnar al perfecto y paciente hombre romántico, protector y sanador de desamores ajenos. Norah Jones, la gran protagonista, dió vida a una Elizabeth que no se escatima a sí misma ni uno solo de los peldaños de ese desengaño amoroso pasando por todos los estadios de enfado, negación, autoengaño, terapia de choque con la más cruda verdad e incluso viaje sin itinerario marcado para poner tierra por medio y facilitar al olvido su trabajo. En ese viaje a los infiernos que comienza comiendo esas tartas de arándanos que nadie quiere en el Kyutcha Caffe (en la realidad Palacinka Caffé en el Soho) descubre no sólo la naturaleza de su propio desamor sino también de la tristeza que arrastran otros por sus fracasos sentimentales. Especialmente aleccionador para ella será asistir al drama entre Sue Lynne (magnífica Rachel Weisz) y  su marido Arnie Copeland al que da vida David Strathairn, un actor con la virtud de trabajar mucho y bien y de permanecer tan desapercibido como imprescindible.
La amistad con la tahúr Leslie devuelve finalmente a Lizzie a su camino como Elizabeth, al punto de no retorno en que su vida comenzó a cambiar y crecer y al amor de ese Jeremy que ha estado leyendo sus crónicas en postales y reservando puesto en su barra para ella. Las imágenes de ese helado derritiéndose y mezclándose entre los grumos de esa tarta de arándanos son la metáfora de Jeremy entrando en el alma azul de Elizabeth, azul como la ficha de 90 días sin beber que sostenía pírricamente orgulloso el desecho humano de Arnie para aprendizaje de Lizzie. Tal vez sea en amor el único terreno en que sí escarmentamos por cabeza ajena, si podemos disponer del tiempo de poner todas nuestras fichas en orden como hacen los protagonistas de esta deliciosa película.

Ver: http://www.filomusica.com/filo63/mood.html

martes, 5 de marzo de 2013

La fe es una casa con muchas habitaciones.

  

Life of Pi. (2012).


Esta historia fue primero novela de aventuras escrita por un canadiense, Yann Martel, al que da vida en la película Rafe Spall. Un escritor canadiense del Québec perdido en la India que fue francesa, el desde 1954 Territorio de la Unión de Pondichéry. La familia Patel tenía ideas propias de la nueva India más laica, regentaba un zoo en un jardín botánico y había nombrado al segundo de sus hijos Piscine Molitor en honor a la pureza de las aguas de una piscina pública francesa. El escritor recibe una pista a través de un amigo de la familia Mamaji, para volver a casa y conocer de primera mano (Irrfan Khan) la extraña singladura que marcó su adolescencia y el paso a su edad adulta. No es extraño que un taiwanés como Ang Lee se sienta próximo a contar una historia que habla de la convivencia que generan en los territorios colonizados los distintos credos, costumbres y usos vitales. La espiritualidad que el niño Pi descubre en su naturaleza apoyada por la madre (espléndida Tabassum Hashmi, conocida como Tabu, que ojalá el cine no indio explote más) no será sino el comienzo de una indagación sobre la naturaleza humana, animal y sus necesidades que vertebrará toda la vida del protagonista.
El tramo inicial de la India idílica recuerda mucho al Ang Lee de Sentido y Sensibilidad (1995). En realidad hay todo un esteticismo, un canto a la belleza visual que se prolonga a lo largo de toda la cinta donde se explota incluso en las circunstancias más adverso todo aquello que puede ser digno de contemplación.
Al interés religioso, por la lectura de Verne sigue la lectura de otro francés, Camus y el impulso erótico en la adolescencia cuando Suraj Sharma, el actor que soporta en sus jóvenes huesos todo el peso interpretativo de la cinta, conoce a Anandi poco antes de que su familia decida trasladarse con sus animales en barco hasta Winnipeg.
El ritmo de la película no es ni mucho menos oriental, fiel al espíritu aventurero es vertiginoso incluso en esos días de náufrago a la deriva oceánica. Es una película iniciática de aprendizaje constante. La digestión de un duelo, de la pérdida de casi todo, la puesta a prueba de la fe en una dinámica de crisis y exigencia constante para mantener siquiera la línea de la supervivencia, toda la fortaleza psíquica que eso requiere, el coraje en estado puro, todo eso que vive Pi nos conecta con los valores humanos que propugnaban los novelistas del XIX, no solo Verne sino también Dickens y luego Jack London. En definitiva, esa antigua literatura de ejemplos de madurez y de agallas ante la vida que ya no se recomienda pero que tanto se echa en falta en la educación de muchos de los adolescentes de hoy. Y una concepción del animal como compañero de viaje más que como miembro de reserva a proteger más sana que mucha palabrería bienpensante eco de nueva hornada.


lunes, 11 de febrero de 2013

- ¿Venderse por el Arte?
Usted ya lo tiene. Sería un mal negocio.



 Das leben der Anderen (2006) (La vida de los otros).

Hay películas que provocan la compulsión de hablar, de escribir de ellas y al mismo tiempo el embargo de la palabra por una emoción genuina que es cada vez más difícil de encontrar entre tanto sucedáneo vital. El Arte lo salva todo, lo recupera todo. Opera igual que la madre naturaleza pues todo encuentra acogida y comprensión en su seno. Florian Henckel von Donnersmarck quiso ponerse en la piel de un agente de la policía política de la antigua RDA (la Stasi) en 1984. No un agente corrupto o arribista como el Grubitz que interpreta Ulrich Tukur, sino alguien entregado completamente a la causa del servicio al estado socialista que procede como un mecanismo de relojería, preciso y metódico y convencido de la utilidad de su empleo. Gerd Wiesler, a quien da vida un inconmensurable Ulrich Mühe, ama tanto su oficio que se ofrece a su antiguo compañero para vigilar la vida del dramaturgo Georg Dreyman (Sebastian Koch) y su novia, la primera actriz Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck, inolvidable protagonista de Deliciosa Martha). En ese momento tal vez no es consciente que ese exceso de celo tiene algo de espúreo. Ha sucumbido ante el talento y la persona de la actriz, le desagrada la arrogante tranquilidad del dramaturgo que disfruta de la vida con ella y ansía saber más. Pero no es el único en desear a Christa. Movido de un deseo bastante más prosaico, el ministro Bruno Hempf (Thomas Thieme) también se ha interesado por ella. Sobre esa pareja feliz que baila después de la representación de la obra de él se ha tejido una tela de araña que envidia y amenaza su felicidad. Ese comienzo discurre dentro de lo previsible. Pero en el altillo donde Gerd Wiesler espía las vidas de esos artistas se produce una revelación (tal vez no mística ni religiosa pero sí de gran intensidad emocional y artística). El agente de la Stasi queda conmovido y subyugado por la honestidad, la pureza y la ingenuidad de unas vidas entregadas al arte, al amor, a la amistad, a los altos ideales, que tratan de abrirse paso en un país difícil sin condenarlo, viviendo con sencillez. Él sí es consciente de todos los mecanismos del estado, debiera saber que van a aplastar toda esa belleza sin remedio. Pero sugestionado por esa revelación comienza a oficiar de ángel guardián y a creer en una posible salida para ellos, en una resolución de su trabajo que no implique un daño para su trabajo o su amor. La mirada de Ulrich Mühe se carga de piedad, de emoción, mientras el resto de su rostro conserva la contención de su entrenamiento vital sus ojos delatan una transformación irreversible de la que paga gustoso el precio. Y la vida, por ese respeto a sus leyes naturales, le da la razón.