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martes, 26 de marzo de 2013

Mi padre había estudiado con Paul Klee y Kandinsky.
El del kibutz les preguntó: ¿Sabes dibujar tractores y coches?
Mi padre y su amigo se quedaron.












Free Zone (2005)
Amos Gitai debió llamarse Weinraub pero nació y creció en Haifa y el sionismo determinó la vida de su madre y la suya. Terminó arquitectura en Berkeley, tuvo que exiliarse tras una primera vuelta a Israel en París y ha trazado su carrera entre el documental y el cine. Natalie Portman nació también en Israel donde pasó la primera parte de su infancia y donde dice sentirse más en casa. No obstante esa determinación del judaísmo familiar algo en su educación les hizo bastante libres hasta para prescindir de la propia familia a edad temprana. Las protagonistas de esta película son dos mujeres, una judía (Hana Laszlo) y una palestina (Hiam Abbas) unidas por los negocios de sus maridos, Moshe ben Moshe y "El Americano" en una zona en la frontera entre Israel, Jordania, Siria y Arabia Saudita. Un territorio franco al modo de un free shop de aeropuerto. El judío vende al palestino emigrado coches blindados que éste revende al calor de la entifada y los numerosos conflictos de la zona. En medio de todo esto, una turista estadounidense que pasaba por allí, que acaba de romper con su prometido Julio en parte debido a las insidias de la futura suegra  Mrs. Breitberg (Carmen Maura, al igual que Hiam Abbas habitual en el cine francés). La película resulta opresiva porque parece un film de planos robados desde la parte trasera de un coche donde las localizaciones son de salpicadero, las aperturas de encuadre mínimas y donde hay un uso además de la superposición de negativos con sentido nostálgico. Uno quiere pensar que se intenta en ese tránsito buscar una salida a un conflicto que parece enredado sobre sí mismo como sugiere la canción trabalenguas en árabe que acompaña al llanto inicial de Portman que da comienzo a la película. La moraleja final es que, a pesar de ser vecinos condenados a entenderse, están tan enzarzados en la disputa que es difícil que abandonen lo que se ha convertido en hábito y todos dan por irremediable. Pero tal vez la esperanza reside en ese seguir hablando, con el idioma y los gestos que comparten, con sus historias familiares de múltiples migraciones, con la mirada fija una en otro.