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lunes, 11 de febrero de 2013

- ¿Venderse por el Arte?
Usted ya lo tiene. Sería un mal negocio.



 Das leben der Anderen (2006) (La vida de los otros).

Hay películas que provocan la compulsión de hablar, de escribir de ellas y al mismo tiempo el embargo de la palabra por una emoción genuina que es cada vez más difícil de encontrar entre tanto sucedáneo vital. El Arte lo salva todo, lo recupera todo. Opera igual que la madre naturaleza pues todo encuentra acogida y comprensión en su seno. Florian Henckel von Donnersmarck quiso ponerse en la piel de un agente de la policía política de la antigua RDA (la Stasi) en 1984. No un agente corrupto o arribista como el Grubitz que interpreta Ulrich Tukur, sino alguien entregado completamente a la causa del servicio al estado socialista que procede como un mecanismo de relojería, preciso y metódico y convencido de la utilidad de su empleo. Gerd Wiesler, a quien da vida un inconmensurable Ulrich Mühe, ama tanto su oficio que se ofrece a su antiguo compañero para vigilar la vida del dramaturgo Georg Dreyman (Sebastian Koch) y su novia, la primera actriz Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck, inolvidable protagonista de Deliciosa Martha). En ese momento tal vez no es consciente que ese exceso de celo tiene algo de espúreo. Ha sucumbido ante el talento y la persona de la actriz, le desagrada la arrogante tranquilidad del dramaturgo que disfruta de la vida con ella y ansía saber más. Pero no es el único en desear a Christa. Movido de un deseo bastante más prosaico, el ministro Bruno Hempf (Thomas Thieme) también se ha interesado por ella. Sobre esa pareja feliz que baila después de la representación de la obra de él se ha tejido una tela de araña que envidia y amenaza su felicidad. Ese comienzo discurre dentro de lo previsible. Pero en el altillo donde Gerd Wiesler espía las vidas de esos artistas se produce una revelación (tal vez no mística ni religiosa pero sí de gran intensidad emocional y artística). El agente de la Stasi queda conmovido y subyugado por la honestidad, la pureza y la ingenuidad de unas vidas entregadas al arte, al amor, a la amistad, a los altos ideales, que tratan de abrirse paso en un país difícil sin condenarlo, viviendo con sencillez. Él sí es consciente de todos los mecanismos del estado, debiera saber que van a aplastar toda esa belleza sin remedio. Pero sugestionado por esa revelación comienza a oficiar de ángel guardián y a creer en una posible salida para ellos, en una resolución de su trabajo que no implique un daño para su trabajo o su amor. La mirada de Ulrich Mühe se carga de piedad, de emoción, mientras el resto de su rostro conserva la contención de su entrenamiento vital sus ojos delatan una transformación irreversible de la que paga gustoso el precio. Y la vida, por ese respeto a sus leyes naturales, le da la razón.