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viernes, 29 de marzo de 2013

- Is this some rule that all black have to know how to cook?
- Honey, down here there is a law that everybody knew how to cook.


Passion fish (1992)
Este es un film que llamaríamos regionalista, en el mejor sentido del término. Retrata una vida de una persona y al tiempo la vida en Louisianna, un estado negro, francés, sureño. 
Un actriz de culebrones, May- Alice Culhane (Mary Mcdonnell) es atropellada con resultado de paraplejia y decide retirarse en la casa donde creció y por la que van a sucederse muchas enfermeras hasta que aparece otra chica del norte, de Chicago, Chantelle (Alfre Woodard) lo bastante necesitada del empleo como para persistir en él. En esa necesidad mutua reside la posibilidad de esa recuperación de ambas a una vida más o menos normal, más o menos plena. Por la casa van circulando el tío alcohólico de May-Alice, Reeves (Leo Burmester), sus antiguas compañeras de colegio, sus antiguas compañeras de teleserie Dawn (Angela Basset) y Kim (Sheila Kelley) entre otros. Y todos van comprobando el  buen funcionamiento de esa sociedad que se establece entre las dos. Una relación basada en el respeto que camina hacia la amistad y el afecto. Del bienestar y felicidad de estas mujeres se ocupan, respectivamente, Sugar LeDoux (Vondie Curtis-Hall) y un antiguo y latente aún flechazo de May-Alice, Rennie (David Straithairn). Ambos las introducen en la cultura y leyenda local de los Cayos, del pantano, de la vida sin más complicaciones. Ambos poseen ese carácter tranquilo, tierno, sanador en una película que gira desde cualquier ámbito sobre la idea de la curación. Obviamente están los temas de las raíces, de la vida sin tiempo del norte y la vida pausada del sur, de la importancia de la familia y de lo auténtico. Y de cómo, a veces, esto aparece en la bondad de los extraños. El guión y dirección corren a cargo de John Sayles que ha tenido en siete de sus películas a David Strathairn como su actor fetiche. Esa calma del pantano es lo que más se recuerda de esta película, la serenidad de ver instalarse en un alma atormentada la paz. Mary Mcdonnell no es, desde luego, extraña a este papel de misfit solitario, de ave caída del nido que le toca interpretar.

domingo, 10 de marzo de 2013

"Sometimes we depend on other people as a mirror,
to define us, and tell us who we are, and each reflection
makes me like myself a little more"




My blueberry nights (2007)

Hay amores de invierno, que alientan esas horas frías antes de la llegada de otro día. Wong Kar-Wai había demostrado en sus películas más visibles en occidente, In the mood for love (2000) y 2046 (2004) que estaba hecho para el retrato del desamor. Y que ese desamor que, por costumbre, suele ser una ventana anecdótica, en elipsis, un elemento del argumento sobre el que pasar de puntillas hacia otras vivencias más activas, asertivas...él podía convertirlo en una ventana inacabable, en una vivencia glamourosa, disfrutable e incluso deseable. Que ese desamor formaba parte del amor con la misma legitimidad que el primer flechazo, el frenesí primero, la fiebre inicial, el vértigo, la pasión, la idealización o ese "todo puede ser posible" del despertar de una pasión. En ese final también todo puede ser posible, en la medida que es solo el anuncio de un nuevo comienzo en una cadena inacabable de ejercicio amoroso que acompaña al ejercicio vital.  Demostró que no sólo se podía sufrir con estilo, con elegancia, sino que ese sufrimiento era el mejor caldo de cultivo de un goce posterior. Para ello vistió de lujo a sus protagonistas, los arropó con el vals Yumeji´s Theme de Shigeru Umebayashi al que aún se hace con armónica un leve homenaje en esta cinta porque es el tipo de música capaz de volver loco y poseer al melómano más despistado. Sino pregúntenle a Susy López cuando la eligió para una pieza en video.
Este Wong Kar-Wai mainstream, occidental, se esperó con mucha expectación, tal vez demasiada. Muchos habrían esperado más ambición aunque los retos que plantea la cinta no son pocos. Y el regalo que supone para cada uno de los excelentes actores convocados por Avy Kaufman es notorio. Jude Law dando vida al timorato Jeremy, náufrago de Manchester reconvertido en gerente de un café y repostero de deliciosas tartas, tuvo la ocasión de encarnar al perfecto y paciente hombre romántico, protector y sanador de desamores ajenos. Norah Jones, la gran protagonista, dió vida a una Elizabeth que no se escatima a sí misma ni uno solo de los peldaños de ese desengaño amoroso pasando por todos los estadios de enfado, negación, autoengaño, terapia de choque con la más cruda verdad e incluso viaje sin itinerario marcado para poner tierra por medio y facilitar al olvido su trabajo. En ese viaje a los infiernos que comienza comiendo esas tartas de arándanos que nadie quiere en el Kyutcha Caffe (en la realidad Palacinka Caffé en el Soho) descubre no sólo la naturaleza de su propio desamor sino también de la tristeza que arrastran otros por sus fracasos sentimentales. Especialmente aleccionador para ella será asistir al drama entre Sue Lynne (magnífica Rachel Weisz) y  su marido Arnie Copeland al que da vida David Strathairn, un actor con la virtud de trabajar mucho y bien y de permanecer tan desapercibido como imprescindible.
La amistad con la tahúr Leslie devuelve finalmente a Lizzie a su camino como Elizabeth, al punto de no retorno en que su vida comenzó a cambiar y crecer y al amor de ese Jeremy que ha estado leyendo sus crónicas en postales y reservando puesto en su barra para ella. Las imágenes de ese helado derritiéndose y mezclándose entre los grumos de esa tarta de arándanos son la metáfora de Jeremy entrando en el alma azul de Elizabeth, azul como la ficha de 90 días sin beber que sostenía pírricamente orgulloso el desecho humano de Arnie para aprendizaje de Lizzie. Tal vez sea en amor el único terreno en que sí escarmentamos por cabeza ajena, si podemos disponer del tiempo de poner todas nuestras fichas en orden como hacen los protagonistas de esta deliciosa película.

Ver: http://www.filomusica.com/filo63/mood.html