domingo, 10 de marzo de 2013

"Sometimes we depend on other people as a mirror,
to define us, and tell us who we are, and each reflection
makes me like myself a little more"




My blueberry nights (2007)

Hay amores de invierno, que alientan esas horas frías antes de la llegada de otro día. Wong Kar-Wai había demostrado en sus películas más visibles en occidente, In the mood for love (2000) y 2046 (2004) que estaba hecho para el retrato del desamor. Y que ese desamor que, por costumbre, suele ser una ventana anecdótica, en elipsis, un elemento del argumento sobre el que pasar de puntillas hacia otras vivencias más activas, asertivas...él podía convertirlo en una ventana inacabable, en una vivencia glamourosa, disfrutable e incluso deseable. Que ese desamor formaba parte del amor con la misma legitimidad que el primer flechazo, el frenesí primero, la fiebre inicial, el vértigo, la pasión, la idealización o ese "todo puede ser posible" del despertar de una pasión. En ese final también todo puede ser posible, en la medida que es solo el anuncio de un nuevo comienzo en una cadena inacabable de ejercicio amoroso que acompaña al ejercicio vital.  Demostró que no sólo se podía sufrir con estilo, con elegancia, sino que ese sufrimiento era el mejor caldo de cultivo de un goce posterior. Para ello vistió de lujo a sus protagonistas, los arropó con el vals Yumeji´s Theme de Shigeru Umebayashi al que aún se hace con armónica un leve homenaje en esta cinta porque es el tipo de música capaz de volver loco y poseer al melómano más despistado. Sino pregúntenle a Susy López cuando la eligió para una pieza en video.
Este Wong Kar-Wai mainstream, occidental, se esperó con mucha expectación, tal vez demasiada. Muchos habrían esperado más ambición aunque los retos que plantea la cinta no son pocos. Y el regalo que supone para cada uno de los excelentes actores convocados por Avy Kaufman es notorio. Jude Law dando vida al timorato Jeremy, náufrago de Manchester reconvertido en gerente de un café y repostero de deliciosas tartas, tuvo la ocasión de encarnar al perfecto y paciente hombre romántico, protector y sanador de desamores ajenos. Norah Jones, la gran protagonista, dió vida a una Elizabeth que no se escatima a sí misma ni uno solo de los peldaños de ese desengaño amoroso pasando por todos los estadios de enfado, negación, autoengaño, terapia de choque con la más cruda verdad e incluso viaje sin itinerario marcado para poner tierra por medio y facilitar al olvido su trabajo. En ese viaje a los infiernos que comienza comiendo esas tartas de arándanos que nadie quiere en el Kyutcha Caffe (en la realidad Palacinka Caffé en el Soho) descubre no sólo la naturaleza de su propio desamor sino también de la tristeza que arrastran otros por sus fracasos sentimentales. Especialmente aleccionador para ella será asistir al drama entre Sue Lynne (magnífica Rachel Weisz) y  su marido Arnie Copeland al que da vida David Strathairn, un actor con la virtud de trabajar mucho y bien y de permanecer tan desapercibido como imprescindible.
La amistad con la tahúr Leslie devuelve finalmente a Lizzie a su camino como Elizabeth, al punto de no retorno en que su vida comenzó a cambiar y crecer y al amor de ese Jeremy que ha estado leyendo sus crónicas en postales y reservando puesto en su barra para ella. Las imágenes de ese helado derritiéndose y mezclándose entre los grumos de esa tarta de arándanos son la metáfora de Jeremy entrando en el alma azul de Elizabeth, azul como la ficha de 90 días sin beber que sostenía pírricamente orgulloso el desecho humano de Arnie para aprendizaje de Lizzie. Tal vez sea en amor el único terreno en que sí escarmentamos por cabeza ajena, si podemos disponer del tiempo de poner todas nuestras fichas en orden como hacen los protagonistas de esta deliciosa película.

Ver: http://www.filomusica.com/filo63/mood.html

martes, 5 de marzo de 2013

La fe es una casa con muchas habitaciones.

  

Life of Pi. (2012).


Esta historia fue primero novela de aventuras escrita por un canadiense, Yann Martel, al que da vida en la película Rafe Spall. Un escritor canadiense del Québec perdido en la India que fue francesa, el desde 1954 Territorio de la Unión de Pondichéry. La familia Patel tenía ideas propias de la nueva India más laica, regentaba un zoo en un jardín botánico y había nombrado al segundo de sus hijos Piscine Molitor en honor a la pureza de las aguas de una piscina pública francesa. El escritor recibe una pista a través de un amigo de la familia Mamaji, para volver a casa y conocer de primera mano (Irrfan Khan) la extraña singladura que marcó su adolescencia y el paso a su edad adulta. No es extraño que un taiwanés como Ang Lee se sienta próximo a contar una historia que habla de la convivencia que generan en los territorios colonizados los distintos credos, costumbres y usos vitales. La espiritualidad que el niño Pi descubre en su naturaleza apoyada por la madre (espléndida Tabassum Hashmi, conocida como Tabu, que ojalá el cine no indio explote más) no será sino el comienzo de una indagación sobre la naturaleza humana, animal y sus necesidades que vertebrará toda la vida del protagonista.
El tramo inicial de la India idílica recuerda mucho al Ang Lee de Sentido y Sensibilidad (1995). En realidad hay todo un esteticismo, un canto a la belleza visual que se prolonga a lo largo de toda la cinta donde se explota incluso en las circunstancias más adverso todo aquello que puede ser digno de contemplación.
Al interés religioso, por la lectura de Verne sigue la lectura de otro francés, Camus y el impulso erótico en la adolescencia cuando Suraj Sharma, el actor que soporta en sus jóvenes huesos todo el peso interpretativo de la cinta, conoce a Anandi poco antes de que su familia decida trasladarse con sus animales en barco hasta Winnipeg.
El ritmo de la película no es ni mucho menos oriental, fiel al espíritu aventurero es vertiginoso incluso en esos días de náufrago a la deriva oceánica. Es una película iniciática de aprendizaje constante. La digestión de un duelo, de la pérdida de casi todo, la puesta a prueba de la fe en una dinámica de crisis y exigencia constante para mantener siquiera la línea de la supervivencia, toda la fortaleza psíquica que eso requiere, el coraje en estado puro, todo eso que vive Pi nos conecta con los valores humanos que propugnaban los novelistas del XIX, no solo Verne sino también Dickens y luego Jack London. En definitiva, esa antigua literatura de ejemplos de madurez y de agallas ante la vida que ya no se recomienda pero que tanto se echa en falta en la educación de muchos de los adolescentes de hoy. Y una concepción del animal como compañero de viaje más que como miembro de reserva a proteger más sana que mucha palabrería bienpensante eco de nueva hornada.


lunes, 11 de febrero de 2013

- ¿Venderse por el Arte?
Usted ya lo tiene. Sería un mal negocio.



 Das leben der Anderen (2006) (La vida de los otros).

Hay películas que provocan la compulsión de hablar, de escribir de ellas y al mismo tiempo el embargo de la palabra por una emoción genuina que es cada vez más difícil de encontrar entre tanto sucedáneo vital. El Arte lo salva todo, lo recupera todo. Opera igual que la madre naturaleza pues todo encuentra acogida y comprensión en su seno. Florian Henckel von Donnersmarck quiso ponerse en la piel de un agente de la policía política de la antigua RDA (la Stasi) en 1984. No un agente corrupto o arribista como el Grubitz que interpreta Ulrich Tukur, sino alguien entregado completamente a la causa del servicio al estado socialista que procede como un mecanismo de relojería, preciso y metódico y convencido de la utilidad de su empleo. Gerd Wiesler, a quien da vida un inconmensurable Ulrich Mühe, ama tanto su oficio que se ofrece a su antiguo compañero para vigilar la vida del dramaturgo Georg Dreyman (Sebastian Koch) y su novia, la primera actriz Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck, inolvidable protagonista de Deliciosa Martha). En ese momento tal vez no es consciente que ese exceso de celo tiene algo de espúreo. Ha sucumbido ante el talento y la persona de la actriz, le desagrada la arrogante tranquilidad del dramaturgo que disfruta de la vida con ella y ansía saber más. Pero no es el único en desear a Christa. Movido de un deseo bastante más prosaico, el ministro Bruno Hempf (Thomas Thieme) también se ha interesado por ella. Sobre esa pareja feliz que baila después de la representación de la obra de él se ha tejido una tela de araña que envidia y amenaza su felicidad. Ese comienzo discurre dentro de lo previsible. Pero en el altillo donde Gerd Wiesler espía las vidas de esos artistas se produce una revelación (tal vez no mística ni religiosa pero sí de gran intensidad emocional y artística). El agente de la Stasi queda conmovido y subyugado por la honestidad, la pureza y la ingenuidad de unas vidas entregadas al arte, al amor, a la amistad, a los altos ideales, que tratan de abrirse paso en un país difícil sin condenarlo, viviendo con sencillez. Él sí es consciente de todos los mecanismos del estado, debiera saber que van a aplastar toda esa belleza sin remedio. Pero sugestionado por esa revelación comienza a oficiar de ángel guardián y a creer en una posible salida para ellos, en una resolución de su trabajo que no implique un daño para su trabajo o su amor. La mirada de Ulrich Mühe se carga de piedad, de emoción, mientras el resto de su rostro conserva la contención de su entrenamiento vital sus ojos delatan una transformación irreversible de la que paga gustoso el precio. Y la vida, por ese respeto a sus leyes naturales, le da la razón.

miércoles, 30 de enero de 2013

- I got everything by talking fast in a world that goes for talk
and end up with exactly nothing.















Fallen Angel (1945)

La principal dificultad de este film retitulado tendencionamente en España como ¿Ángel o Diablo? es averiguar cuál es el protagonista real de la historia y de ambos títulos. La distribución hispana toma el rábano por las hojas y decide que la película va de un hombre (Dana Andrews) que debe escoger entre la mujer buena (la rubia, Alice Faye) y la perversa (la morena, Linda Darnell). Esos prejuicios capilares no tienen posible implantación en suelo patrio porque convertiría al 90% de nuestras féminas en sospechosas de avieso carácter. Y porque desde los años cuarenta a este siglo XXI las asociaciones hechas por el cine negro clásico han sido ya bastante desmontadas y enriquecidas con variedades pelirrojas, castañas y color ceniza. Ajustándonos al original tenemos una muerta y tenemos una chica inocente e idealista que se tropieza con la verdad del amor y en vez de retroceder redobla su apuesta perdiendo con ello toda la beatitud anterior. Respecto a que el personaje de Dana Andrews pueda ser un ángel caído nos causa más dudas. Porque su determinación desde el comienzo es tan tortuosa, interesada, manipuladora y estratégica que cuesta creerse el lote de trayectoria vital desafortunada y justificarlo con generosidad. Su personaje, Eric Stanton, tiene buen ojo. Y aunque la partida le vaya mal sabe ver cuando se le ofrece una ocasión de recuperación y tomarla al vuelo. A Stella (Linda Darnell) le pasa como a June Mills (Alice Faye), ambas desean compañía, el anillo, el hogar pero su temple diferente las lleva a la primera a cambiar de acompañante casi cada noche en un búsqueda perpetua del sapo que se convierta en príncipe y a la otra a manejarse con una serenidad y abnegación dignas de mejor causa. Pero cada uno es dueño (o dueña, en este caso) de saber qué precisa para completar su vida, quien puede darle la mayor de las felicidades ( y de las infelicidades también) y qué está dispuesto a jugarse a cambio. Y al igual que en la vida, aquél que tiene las percepciones más realistas sobre sus verdaderas posibilidades de lograr aquello que anhela, quien tiene bien claras las probabilidades de éxito de sus ideales consigue al fin lo que quiere aunque la victoria no esté exenta de cierta carga de amargura.

martes, 22 de enero de 2013

- I´ve been living scared of myself and now i can´t runnaway anymore


The Burning Plain (2008).

La película de Guillermo Arriaga es una historia de familia en el mismo sentido en que Romeo y Julieta lo era. Los hechos de los padres tienen consecuencias en los hijos. Dos familias enfrentadas por la muerte de dos amantes, el padre y marido de una familia (Joaquin de Almeida), la madre y esposa de la otra (Kim Bassinger). Dos de los hijos respectivos que el funeral reúne se acercan por atracción y curiosidad por entender el origen de la tragedia, superan el duelo en la elaboración de un nuevo amor como ocurría en In the mood for love (2000). Y el fuego, tal y como lo entiende la principal protagonista, el personaje de la hija, Mariana (Jennifer Lawrence en la adolescencia, Charlize Theron en su versión adulta), purifica y da la clave de todo lo ocurrido. El tiempo pasado "lejos de la tierra quemada" (ese título que siempre impostan las distribuidoras cinematográficas al original) es un tiempo de purgatorio, de intento de olvido y expiación con penas autoinfringidas o decididas al azar. El tiempo del miedo.  Solo el auténtico amor, la generosidad y el perdón sin límite pueden restablecer el equilibrio roto y traer la auténtica paz. La paz del alma.

martes, 11 de septiembre de 2012

- Vous tombez amoureuse de tous les hommes que vous trahissez?
- En tout cas, je vous ai jamais trahis.


Anthony Zimmer (2005).
Estamos en crisis, todo es austeridad, recortes, pobreza, insolidaridad, low cost flight, low cost bar, saldos, rebajas, facilidades, pagos aplazados, cómodos plazos, precios mínimos garantizados, ofertas del día y un largo repiqueteo de "la vida en otro tiempo fue mejor". Abrimos una revista de moda o vemos esta película escrita y dirigida por Jérôme Salle y se acabó, estamos de vuelta en el 'todo es posible' de la materialidad. La película arranca con unos zapatos de tacón, abertura delantera (Sherlock Holmes podía hacer una ficha consuetudinaria solo con unos zapatos), un bolso de una calidad de piel y acabados que se consigue a partir de los mil euros, una mujer que avanza como un estandarte de elegancia por un restaurante revestido también de los mismos atributos. En los últimos años los cineastas españoles descubrieron una veta en el cine de terror, los franceses en el cine negro. Ambos cuentan con medios limitados respecto a las producciones estadounidenses así que la famosa elipsis de Lubitsch es, más que un rasgo de estilo, una imposición presupuestaria. Pero eso puede hacer que saquemos partido gracias a la fotografía hasta del verjurado del papel del cigarrillo que fuma Chiara mientras espera a su amado Anthony Zimmer, que no se presenta pero sí el mensajero que trae el hilo con el que comienza el juego. Zimmer es un ex-traficante de drogas perseguido por sus delitos fiscales por el policía francés Akerman de mirada bicolor (Sami Frey) y por Nassaïev (Daniel Olbryschki) un ex-KGB que se hace pasar por funcionario pero trabaja para "Les voleurs dans la loi", clientes de Zimmer que han decidido callar a éste para siempre. Las órdenes para esta enamorada convertida en mujer fatal (Sophie Marceau) son: tomar el TGV en dirección Niza, elegir un hombre al azar, seducirlo, invitarlo a su suite y fingir pareja en silueta para los perseguidores. Elige a un mediocre traductor llamado François Taillandier (Yvan Attal) que ha decidido darse un homenaje en el equivalente a primera clase del Ave en dirección a una casa rural donde olvidar que su mujer lo abandonó hace seis meses....Movimientos felinos, el truco de la cremallera atascada, la voz de jazz y lo ha convertido ya en su camarero. Algún rechazo menor y una concesión directa a la yugular: "Vous êtes exactement mon genre d´homme." El hombre Decathlon no tenía posibilidad de rehusar, desembarca en el Carlton con Chiara Manzoni a disfrutar de las bondades de la costa azul. Vistas de helicóptero, picados, cenitales, travellings frontales, laterales y algún macro si es preciso comunicar algo táctil. Dos sicarios rusos intentan matar al incauto Taillandier que no puede ponerse más que los vaqueros y debe dejar atrás gafas y pastillas contra la ansiedad para recibir una buena dosis de adrenalina. En ese punto uno ya está dentro del film, cree tener claro quienes son los buenos y los malos como acostumbra el cine negro. Taillandier recuerda el saber popular que aconseja desconfiar de las apariencias pero estas son poderosas. En eso confía la película para esconder al espectador la segunda vuelta que establece la verdad insoslayable de la existencia del amor por encima del conocimiento. El hombre de paja seducido decide subvertir las reglas del juego, tomar las riendas, ser el héroe de las novelas policíacas que acostumbraba a leer. En esos equilibrios y cambios de poder se desarrolla un film que deja migas para ser recogidas tras la revelación, que puede parecer superficial pero necesita la mirada ingenua complementada por la consciente. Dobles identidades y dobles lealtades que se resuelven de camino a una casa entre bosques digna de Richard Neutra. Calidad material y personal. Clase. Una invitación al viaje.

jueves, 6 de septiembre de 2012

"Cuando abandonas un lugar, debes hablar
del sitio al que vas y no del que dejas atrás".


Un toque de canela (2003).
Esta película se estructura como un menú de 1959 a nuestros días en la historia compartida o dividida entre turcos y griegos presentada en primeros, segundos platos y postres. Cuando las relaciones entre personas y países se deterioran siempre es por ambas partes, el desagrado termina siempre por encontrar equilibrio en la correspondencia o en la indiferencia. No obstante, el argumento principal tiene una escala burguesa como lo tenían los padecimientos del Dr. Zhivago. ¿Qué ocurre cuando la historia política del país en que vives modifica de forma irreparable el curso de tu existencia? Esta película es nostálgica pero esconde varios momentos que se prestan fácilmente a la hilaridad.
Fanis (Markos Osse) adoraba a su abuelo Vasilis  (Tassos Bandis), griego nacionalizado turco como su hija Soultana (Renia Louizidou). Vasilis regentaba una tienda de ultramarinos a la que todos los vecinos confiaban la fortuna de su cocina. Fanis pasa su infancia aprendiendo gastronomía y astronomía en el altillo de esa tienda y viendo a Saime (Basak Köklükaya), su primer amor, bailar para él. Pero a comienzos de los sesenta su padre Sawas (Ieroklis Mikaelidis), griego de nacionalidad, es deportado y Fanis debe marchar con sus padres a una Atenas que desconoce, una Atenas que no tiene ni uno solo de los aromas y riqueza de la cocina turca y donde todos sus aprendizajes le hacen sospechoso de conducta desviada. Su abuelo promete reunirse con su nieto pero nunca llega hasta que - Fanis ya adulto (Georges Corraface) convertido en exitoso astrónomo y profesor - acaba en el hospital después de haber perdido el avión en un último intento,  sincero esta vez, de reunirse con él. Es el momento para Fanis de volver a Estambul y hacer recuento de lo que queda de su infancia, porque como decía su tío, el marino Aimilios (Stelios Mainas) "En la vida hay dos clases de viajeros: los que miran el mapa se van, los que miran el espejo vuelven a casa".

martes, 4 de septiembre de 2012

"Maybe you can fool these guys with the saint act that you got done, but do not ever speak to me again like we don´t know what really happened."


Working girl. (1988).

He aquí una película que se pretendía epocal y que se ha convertido en clásico. Ni siquiera los maquillajes delirantes, las hombreras superlativas, los cardados y planchados de pelo abusivos la envejecen. Mike Nichols quiso dedicarle un film a esa mujer trabajadora de extracción humilde que acudía todas las mañanas en el ferry de Staten Island a la Gran Manzana. A la que por origen, entorno o formación no iba a contar con más oportunidad que las que ella misma se crease con sus sueños y esfuerzo. Y pese a que es penoso ver en la pantalla lo que tanto se observa en la realidad, la competitividad malsana y el machismo femenino, la pobre sororidad entre las mujeres en el entorno laboral hay que ser honestos y reconocer que hizo un retrato fiable de los retos a los que una mujer así se plantea. Cómo su legítima ambición de realización personal, la de Tess McGill (Melanie Griffith, nunca más maravillosa) le obliga a rediseñar su mundo, repensar su noviazgo con Mick Dugan (Alec Baldwin) y tomarse ciertas libertades para romper ciertos techos de cristal. La mujer que se cruza en su camino, Katherine Parker (Sigourney Weaver), nunca más tan femenina), le proporciona sin querer, al hacerle la zancadilla, las armas y el poder para perseguir sus metas. E incluso el puente hacia Jack Trainer (Harrison Ford), el tipo de hombre capaz de tratarla de igual a igual. La película se enriquece con los abusones masculinos (Oliver Platt, Kevin Spacey) y con la amiga fiel (la hilarante Joan Cusack). El mensaje es claro, trabajen mujeres por aquello que creen, no se olviden de ser tan maravillosas como son y de disfrutar de su cuerpo ni descarten de su vida aquellos hombres que puedan ayudarlas y quererlas bien. Y traten bien a sus compañeras de trabajo, no tomen de la experiencia masculina nada más que lo mejor. Todo eso servido por la canción de Carly Simon y la efigie de La estatua de la Libertad hizo de esta película un título inspirador para todas.

domingo, 2 de septiembre de 2012

"Mais, qu´est-ce que tu crois? que tu est toi seule à prendre des
casquettes avec les mecs, hein?Tu as eu mal, j´ai eu mal.
Ça preuve qu´ont est encore vivantes."


Laisse tes mains sur mes hanches. (2003).
Incluso las mujeres con vida social, realizadas en lo profesional e independientes como la actriz de teatro Odile Rousselet (Chantal Lauby) tienen derecho a experimentar el síndrome de nido vacío cuando su hija de dieciocho años Marie (Armelle Deutsch) decide dejar de vivir con ellas para convivir con su novio. Amigas de paso como Myriam Bardem (Rossy de Palma) o su patrulla urbana compuesta por la casada trompée Nathalie (Claude Perron, la inolvidable empleada de sex-shop de Amélie) o el alegre Miche (Thomas Derichebourg) estarán al quite para cuidarla en esa transición a la soltería a secas. Odile tiene una fantasía de sus diecisiete años, de enamorada de un feriante con la canción Tombe la neige de Adamo de fondo. Otra canción de ese cantante trasnochado da título al segundo film y último como directora de Chantal Louby, presentadora de televisión que desarrolló luego carrera de humorista y actriz. Myriam le lanza en una marquesina de autobús un sortilegio de hada para que se cumplan sus deseos tras una deprimente noche de discoteca. Aparecen al instante Idir, Rachid y Kader, tres feriantes admiradores de la actriz que las dejan en casa y las emplazan para visitar la feria. La mirada fija de Kader (el debutante Jean-Pierre Martins) y el estado de pérdida y confusión abierta a todo de Odile la empuja una y otra vez a la feria, un mundo suspendido fuera de las reglas rígidas de la urbe, de sus ensayos dirigidos por Bernard (Alain Chabat) o su réplica (Jean-Hugues Anglade) o de esos conserjes que se entrometen y juzgan constantemente su vida. Odile aprende a aceptar agradecida y humilde el presente sin más, el amor de hoy y la buena compañía.

sábado, 1 de septiembre de 2012

"Some of us can´t live the kind of live
that other people want us to live."


My life without me. (2003)
Si uno lee la sinopsis al uso o escucha recomendaciones puede tardar en llegar a esta película porque no es atractivo asistir al desencadenamiento de un final predecible (muerte) y más de una persona joven con niños cuyo crecimiento no podrá acompañar. Superada la reticencia uno descubre en ella varios mensajes. Uno, que hay gente con la generosidad y fortaleza suficientes como para no afrontar el final con dramas innecesarios, de ocultar a los demás su dolor para ponerlos a salvo del sufrimiento inútil y de aprovechar pragmáticamente hasta el último segundo para despedirse bien, cerrando sus asuntos pendientes. Y dos, que la vida se estructura sobre el deseo y es generosa con aquellos que siguen deseando. Ann (Sarah Polley, en su primer colaboración con Coixet seguida de La vida secreta de las palabras) tiene en realidad una vida en apariencia pequeña. Tiene veintitrés años, está casada con Don (Scott Speedman), su primer novio con el que tuvo una hija a los 17, otra a los 19, con frecuencia desempleado pero que la ayuda mucho con las niñas. Vive en Vancouver, en un remolque en el terreno junto a la casa de su madre (interpretada magníficamente por la cantante de Blondie, Deborah Harry) que está cabreada con el mundo en general y se consuela con dramas de Joan Crawford. Trabaja de noche de limpiadora en la universidad donde tiene una amiga mayor que ella, Laurie (Amanda Plummer, la deliciosa atracadora de Pulp Fiction e hija del famoso Christopher). Tiene un padre que lleva diez años en la cárcel (Alfred Molina, haciendo buena la máxima de que no hay papel menor). Y eso es todo. Le dan tres meses de vida y hace una lista de cosas por hacer y la sigue a rajatabla. Entre ellas tener relaciones con un hombre distinto a su marido y encontrar para éste una sustituta que haga de madrastra para las niñas. Y justo la vida le pone delante a un hombre que se enamora de ella al instante, el agrimensor Lee (espléndido y tierno Mark Ruffalo) y una vecina, tocaya suya, que acaba de mudarse y con la que las niñas congenian al instante (Leonor Wattling). Con esto y la complicidad de su desvalido médico (Julian Richings) y el salón regentado por María de Medeiros, Ann va a ir completando su lista y viviendo por fin con intensidad sus últimos días. Nunca es tarde para comprender que la vida es maravillosa y disfrutarlo.