domingo, 1 de septiembre de 2013

- Why do you photograph ugly things? (police enquirer)
- It doesn´t. (..) They´re are artistic. Expressive. My brother is an artist of considerable talent.
I´m british, and a housemaid. And we go home to have some tea.

Mrs. Rattcliffe revolution (2007)

Todos los individuos tienen que probar su resistencia al estrés que producen los constantes e inevitables cambios vitales. Pero cuando estos cambios los deciden otros la angustia es mayor y es preciso reduplicar esfuerzos para superar las situaciones a que conducen esos cambios. Dorothy Rattcliffe (Catherine Tate) es un ama de casa de clase media británica en los años setenta. Su padre combatió junto a los republicanos en la guerra civil. Su marido Ralph (Iain Glenn, ahora más célebre tras su papel en Juego de Tronos) es un hombre de altos ideales comunistas en el oeste de Yorkshire, Bingley, hasta que se le concede un puesto de profesor de literatura inglesa en Alemania del Este que colma su felicidad. En función de esa felicidad del progenitor la familia le sigue a ese destino laboral y vital. Algunos muy adeptos como su hija Mary (Jessica Barden) a quien la agente destinada a su adaptación Frau Unger (Heike Makatsh, de nuevo en papel de rompehogares como en Love actually...) no tarda en reclutar como espía. Y otros menos convencidos como Alex, la hija adolescente en plena revolución sexual (Brittany Ashworth). La posición de la protagonista y de su hermano Philip (Nigel Betts), anulado freudianamente por el padre y refugiado en sus fotografías y en su pequeña máquina de corbatas, es una posición de observación y acompañamiento de aquellos que ejercen la acción. Esa participación externa en los acontecimientos y un indudable pragmatismo y sentido común les mantiene siempre en el equilibrio y la sensatez.
La revolución de Mrs. Rattcliffe es la del suplente que calienta banquillo hasta que se da cuenta que el titular lleva al equipo a la derrota y es preciso tomar su lugar y reconducir el curso de las cosas por el bien de todos, sin ánimo de colocarse ninguna medalla ni de ostentar mérito o notoriedad. Es la de aquellos que piensan en el bien común para los de casa y para los de fuera. Por una idea de justicia tan antigua como el mundo. Esta comedia agridulce, que si bien tiene golpes de humor está falta de gracia y ritmo para sobrellevar la amenaza que se cierne sobre los inocentes, transita una buena cantidad de lugares comunes sobre el otro lado del telón de acero. Tal vez su mayor virtud sea ese homenaje a la flema inglesa, ese recordatorio de que en situaciones apuradas la mejor opción puede ser detenerse un segundo a razonar cuál es la medida más inteligente disponible y tomarla sin perder la calma evitándose el escándalo, la desesperación y otras inútiles pérdidas de energía.

domingo, 9 de junio de 2013

 If i were the cream for that woman´s coffee, i´d curdle.
That is the kind of woman that makes civilizations topple!




Ball of fire (1941)
 
Esta comedia, con guión de Billy Wilder y Charles Brackett sobre una historia del propio Wilder y Thomas Monroe, parte de premisas familiares. La primera de ellas es un cuento clásico, Blancanieves y los siete enanitos. En este caso los siete enanitos son profesores de distintas especialidades que elaboran una enciclopedia. El Profesor Gurkakoff (Oskar Homolka) que parece entender tanto de matemáticas como de psicología freudiana. Luego el Profesor Jerome (Henry Travers), el historiador Prof. Magenbruch (S. Z. Sakall), el profesor Robinson (Tully Marshall), el Prof. Oddly (Richard Haydn), el Prof. Quintana (Leonid Quinskey) y el entrañable botánico Prof. Peagram (Aubrey Mather) cuyas explicaciones sobre la anémona nemorosa y su breve matrimonio eran el único capital de experiencia femenina con el que contaba ese grupo de solterones. Al frente de la organización del trabajo está el más joven, el lingüista Prof. Bertrand Potts (Gary Cooper). Una conversación casual con el basurero (Allen Jenkins) le revela que su artículo sobre el slang está desfasado y que hay mucha terminología viva que debe recoger mediante estudio de campo. Luego abandona la torre de marfil para mezclarse en toda clase de ambientes urbanos donde va repartiendo su tarjeta y reclutando a varios individuos susceptibles de ayudarle en su investigación. Es así como conoce en un cabaret a SugarPuss O´ Shea que además de deleitar con su Drum Boogie y sus bailes a la clientela posee un abundante caudal de argot callejero. Ella le despacha sin contemplaciones pero al verse en situación comprometida por los manejos mafiosos de su novio Joe Lilac (Dana Andrews) se mete en la fundación Totten que patrocina la hija del inventor del tostador eléctrico Miss Totten (Mary Field), del mismo modo que Whoopie Goldberg se esconderá en el convento en Sister Act en 1992. Y allí llegamos a otro lugar familiar, el encuentro entre el hombre erudito y la mujer mundana. Y ésta, en vez de desanirmarle al ritmo del You´re not that Kind de Will Hudson & Irving Mills, ejerce primero una actualización de sus ritmos vitales (y de paso del compás del resto de enciclopedistas), tiene luego una suerte de revelación sobre su propia decencia y lugar moral para finalmente sucumbir ante la fuerza y pureza del amor del catedrático. No hay aquí historia de Pigmalión, si acaso a la inversa porque es el profesor el que vuelve a la vida. La mentira inocente que le ayudó a ella a mantenerse a cubierto de la policía entre los sabios y que casi descubre el ama de llaves de diálogos de una causticidad inmejorable, Miss Bragg (Kathleen Howard), se vuelve en su contra. Desde la visión del mundo de hoy, de impostura tan extendida donde se predica constantemente la inocuidad de la falsedad, esta demostración tan clara del daño que puede reportar es refrescante. Como también lo es la actuación de la Stanwyck, una de las actrices con más carácter de su tiempo.  Tal vez no la más hermosa ni la más delicada pero sí dotada de gracia para hablar, cantar, bailar, de una inteligencia sobresaliente y también de un sentido del humor que sus frecuentes papeles en cine negro no le permitían desarrollar.


- Maybe we could just skulk around here for a bit and then go back down.
- That´s a thought. I don´t usually skulk but i suppose i could skulk if skulking 
were required. Do you skulk regularly?
- No, no, I don´t normally think of myself as a skulker but...

 








 Four weddings and a funeral (1994)

Esta película dirigida por Mike Newell con guión de Richard Curtis contiene muchos rasgos que han tenido continuidad desde la década de los 90 hasta hoy. Es una producción significativa de Working Title. Explota todos los clichés del británico sin avergonzarse de ello, echa mano de los humoristas de la casa, el caso de Mr. Bean, Rowan Atkinson (Father Gerald), de sus aristocráticos cómicos, como Hugh Grant (Charles) o Kristin Scott Thomas (Fiona) y de un préstamo o guiño de complicidad con los americanos en la figura de la glamourosa Carrie (Andie McDowell). El film coloca a la soltería impenitente bajo el foco protagonista en tensión con esa sociedad que cada fin de semana parece tener una boda que celebrar, y lo hace a través de ese grupo de amigos, último bastión de resistencia a la normatividad generacional. El grupo lo completa la hermana de Charles, Scarlett (Charlotte Coleman, escapada de un videoclip de Fairground Attraction), el hermano sordo de Charles, David (David Bower), el hermano de Fiona, Tom (James Fleet) y la pareja conformada por Gareth (Simon Callow) y Matthew (John Hannah). La película los presenta a todos como unos asistentes profesionales de bodas, las carreras antes de la ceremonia de Charles y Scarlett y sus transformaciones en frente del templo son gags repetidos y celebrados, los bailes contorsionistas del histriónico Gareth, las meteduras de pata de Tom y también de Charles (véase anillos de la primera boda), la promiscuidad e indiscrección de este último que le lleva al infierno de la mesa de las ex-novias, el anciano compañero de mesa sordo e iracundo (Kenneth Griffith), el cura primerizo, la dama de honor ninfómana (Sophie Thompson, sí la hermana de Emma),  las revelaciones insospechadas, ninguna comedia puede funcionar sin su porción de drama. El prototipo masculino que encarna Grant es también epocal, fóbico al compromiso, inmaduro, Peter Pan eterno y terriblemente torpe con los tiempos incluso tras haber identificado eso que todos ellos buscan y reconocen cuando se sinceran y que los hace en el fondo terriblemente románticos: el verdadero amor. Mientras aparece, procuran pasarlo bien, pero el hecho de que aún conserven ese ideal hace de esta comedia un producto entrañable y difícilmente reproducible. Más allá de las pamelas de Carrie o del Love is all around del one hit wonder Wet, wet, wet o de los intentos de emulación de Cuando Harry encontró a Sally del recuento de amantes de Carrie (menos que Madonna pero más que Ladi Di) la película mantiene su vigencia por los muchos momentos de hilaridad que contiene, por sacar partido del tipismo en beneficio de esa comicidad y por el ritmo tan suave y ágil que hace que, partiendo de unos escenarios a priori reiterativos, resulte en cambio un amable paseo festivo.







miércoles, 5 de junio de 2013

Tu est un grande pianiste. On sait tous ça.
C´est pas un problème de tourneuse 
qu´on va changer quoique ce soit




La tourneuse de pages (2006)

Dennis Dercourt es el responsable de imaginar y dirigir este desasosegante thriller que parece girar sobre la venganza que no solo se come fría sino que se ejecuta también con buenas dosis de frialdad por la joven Mélanie Prouvost (Déborah François). La hermética y reconcentrada niña Mélanie (Julie Richalet) está obsesionada con su carrera de piano. Hasta que un gesto de vanidad de la pianista y miembro del jurado de su prueba, Ariane Fouchécourt (Catherine Frot), arruina su actuación, le priva de esa obsesión reemplazándola, eso sí, por otra. Años después, recién licenciada como abogada entra en el despacho de un prestigioso jurista, Mr. Fouchécourt (Pascal Greggory) del que pronto su circunspecta y eficaz laboriosidad le granjean la confianza suficiente como para aceptar que reemplace en verano a la cuidadora de su hijo Tristán (Antoine Martynciow). Esto le da acceso privilegiado a su esposa, la desconsiderada pianista. Mélanie no puede llegar en mejor momento para sus planes. Ariane atraviesa una crisis de seguridad en sí misma desde que hace dos años como secuela de una accidente automovilístico. Solo dos personas perciben la implacable frialdad de Mélanie. La amiga violinista, Virginie (Clotilde Mollet, la inolvidable camarera del bar de Amélie), que integra con ella y el violoncelista Laurent (Xavier De Guillebon) el trío de cámara cuyo decisivo concierto preparan a la llegada de Mélanie. Y el hijo de ésta al que no se priva de perjudicar de forma bastante perversa y sibilina. Los estudios musicales le proporcionan a Mélanie la destreza para convertirse en la tourneuse de pages, la pasadora o cambiadora de páginas. La propia Ariane le advierte de la importancia de su rol, es el apoyo que garantiza su tranquilidad. A partir de ahí la venganza no solo está servida sino que es de fácil, aunque metódica, aplicación. Pero este film sin sangre que recuerda según los críticos a Alfred Hitchcok y Claude Chabrol, tanto que de haber sido Isabelle Huppert más joven podrían haberle dado tranquilamente el papel...¿pivota de forma central sobre esa venganza psicológica? ¿O se sirve de ese instrumento para dejar abandonada una advertencia? 
Una lectura posible es que esta trama podría muy fácilmente no haber tenido lugar. Ariane y Mélanie en realidad se parecen bastante. Mélanie tenía que haber confiado más en sus facultades, tal y como le aconsejaba su padre el carnivero M. Prouvost (Jacques Bonnaffé) de quien había heredado la meticulosidad. No debería haberse desanimado ni haber encerrado su música bajo llave.
Y Ariane no debería haber dejado que el trauma de un accidente le hubiera privado de la alegría de tocar, de la confianza en su brillantez como concertista de piano. Fueron sus mutuas inseguridades las que crearon el monstruo de su infelicidad. Y no hay nada que celebrar en ello, ningún triunfo ni ningún ganador al que acreditar en ese mutuo desperdicio de vida.

martes, 4 de junio de 2013

That´s depressing and it´s expensive, two words i hate. You know the words i like?
I like the word "peppy" and the word "cheap". Peppy and cheap.






Soapdish (1991)
Michael Hoffman describió con guión de Robert Harling y Andrew Bergman un pedazo de la realidad del mundo televisivo que uno de los productores, Aaron Spelling, conocía bien. No será la última vez que se acerque a una trayectoria profesional femenina estresante que tiene que lidiar con el equilibrio en el ámbito personal, sino recuérdense los apuros de Michelle Pfeiffer en One fine day (1996). Tampoco será la última vez que trabaje con el magnífico Kevin Kline, con quien repetirá con mejor o peor fortuna en A midsummer night´s dream (1999) y en The emperor´s club (2002). En este caso Kevin Kline encarna a un actor relegado a un escenario de un restaurante de jubilados en Florida, Jeffrey Anderson, que se consuela pensando que salva algo de su dignidad interpretando La muerte de un viajante de Arthur Miller aunque sea entre toses y convulsiones comatosas. La responsable de su ostracismo de veinte años es la reina del principal culebrón The sun also sets, la novia de américa (american sweethearth) ahora en la cuarentena Celeste Thalbert (Sally Field). La detestan por orden de intensidad sus compañeras de reparto Montana Morehead (Catherine Moriarty) y Ariel Maloney (Teri Hatcher, bastante antes de ser la novia televisiva de Superman). Y luego un jovencísimo Robert Downey Jr. en papel de yupie de la producción David Seton Barnes con la voluntad abducida por sus lúbricas inclinaciones hacia Montana. Las únicas aliadas con las que cuenta en inicio Celeste son su guionista Rose Schwartz (Whoopie Goldberg) y su sobrina Angélique (Elisabeth Sue, en los años que hacía de novia de Michael J. Fox en las dos últimas entregas de Back to the future). Montana y David tienen la firme intención de manipular el guión en descrédito de Celeste y resucitar en la serie a Jeffrey Anderson para terminar de desestabilizar su actuación y conseguir su retiro y el ascenso de Montana. A pesar de los aberrantes argumentos que se pueda manejar en este tipo de producto televisivo, la realidad, como se evidencia en el momento culmen de la cinta que justifica su retitulación española de Escándalo en el plató, prueba ser aún más escabrosa. Las revelaciones demuestran que el star system no tiene ninguna tolerancia ante los perfiles personales que no se ajusten al personaje fabricado por la industria para sus actores. Y que la fama implica una servidumbre importante y no pequeños sacrificios a la felicidad. Pero puesto que esto es una comedia aparte de mucho brillo barato en el vestuario siempre se puede contar con un giro en la trama que asegure un final sino muy creíble sí fiel al espíritu de atar cabos y poner un punto final sobre cada trama individual que caracteriza al género del culebrón televisivo. La elección de Sally Field no es casual porque sus comienzos fueron en televisión donde acumuló una larga experiencia como actriz hasta su primera película en 1977. Y no tuvo inconveniente en volver a ella en los años noventa incluso con un óscar bajo el brazo.






jueves, 23 de mayo de 2013

It takes a rare thing, a turning point,
to free oneself on any obsession.
Be it prejudice or hate...or even love.





Snow falling on cedars (1999)

Esta película emprende una revisión a esos sótanos poco aireados, fríos e incluso pútridos del alma de algunas personas. No hay nada que pueda agravar más la pena que una pérdida produce que la incapacidad para asumirla como tal, para dejarla ir y seguir viviendo por encima de ella. El argumento de esta película parte de la primera novela de David Guterson que fue además de un éxito de ventas premio PEN /Faulkner. Ha sido calificada de thriller de misterio porque el punto de partida es la sospechosa muerte del pescador americano Carl Heine (Eric Thal) y el acusado su amigo de la infancia Kazuo Miyamoto (Rick Yune) y el tiempo de la acción se corresponde con el desarrollo del juicio y su conclusión.La calificación de drama es muy ajustada para esta película del australiano Scott Hicks porque la atmósfera dramática no deja un momento de respiro y a ello contribuye en buena medida la música debida a James Newton Howard con sus violines lacerantes.Unida a la azulada fotografía uno cree estar en El Piano de Jane Campion. La trama romántica también guarda cierta similitud.La acción transcurre en 1954 con algunos flashbacks a la infancia y adolescencia de sus dos protagonistas.
Ishmael (Reeve Carney)y Hatsue(Anne Suzuki)crecen en San Piedro Island, un emplazamiento ficticio que ha sido situado rodado en Bainbridge Island, en la región de Puget Sound en la costa de Washington. Un enclave del Pacífico habitado por estadounidenses y japoneses. Ishmael y Hatsue tienen poco más que un escondite en el interior de un viejo cedro y un montón de incertidumbres.La convivencia se ve rota por la emergencia de la segunda guerra mundial y los vecinos japoneses son desplazados a un campo de concentración.
Al comienzo del film la báscula de los agravios parece pesar del lado japonés. Un hombre japonés ha asesinado presuntamente a un norteamericano. Su mujer Hatsue (Yûki Kudô) reacciona insensible antes los acercamientos de otro americano al que rechazó en el pasado, Ishmael Chambers (Ethan Hawke), que ha tomado el testigo de su padre Arthur (Sam Sheppard) en el periódico local. El abogado de la acusación Alvin Hooks (James Rebhorn), la mujer de la víctima Susan Marie (Anja Bareikis), su madre Etta (Celia Weston)y hasta la debilidad del abogado de la defensa Nels Gudmundsson (Max Von Sydow) parecen augurar del juez Fielding (James Cromwell)una pronta sentencia condenatoria.El desarrollo de la acción desvela las tramas ocultas, los prejuicios y rencores de toda la comunidad y lleva a la propia comunidad y a sus protagonistas de vuelta hacia sus episodios más dolorosos.
No hay camino fácil hacia el perdón y mucho menos hacia el olvido. Y no comporta pequeños sacrificios al egoísmo perseguir la coincidencia entre lo justo y la justicia. Aún así queda un margen de acción a la bondad de los hombres para corregir los destrozos de los accidentes que gobiernan el universo.



martes, 21 de mayo de 2013

Not so easy, is it? Might even be the toughest job in the entire world.
Bends your back, drives you nuts and it makes your boobs droop.
So, don´t be ashamed about asking for help.



Mr. Mom (1983)

La historia del cine vindicará en algún momento cercano como se merece la década de los ochenta, porque dejó títulos memorables como éste que supieron hablar con una razonable cantidad de verosimilitud de aspectos de la vida del común de los mortales, con la justa carga de drama y de comedia e incluso con desarrollos imaginativos hilarantes. Como reza el título impostado en España "Las locas peripecias del un señor mamá" el argumento principal gira en torno a un forzado cambio de roles familiares. Jack Butler (Michael Keaton) es un ingeniero automovilístico cesado fulminantemente durante unos trying economic times de la planta en Detroit para la que trabajaba. Su mujer Caroline (Teri Garr), licenciada con experiencia en publicidad al cargo de los tres hijos del matrimonio, es la primera de la familia en encontrar empleo. Y este demuestra ser muy absorbente, tanto por las propias exigencias del empleo como por la disponibilidad exigida por el empleador, Ron Richardson (Martin Mull). Así pues Kenny, Alex y Megan (Taliesin Jaffe, Frederick Koehler, Courtney y Britanny White) quedan completamente a su cargo. Y Jack se ve manoteando en un oceano de técnicos de mantenimiento del hogar y desconocidas reglas de colegio y supermercado. Tras el caos más desastroso inicial que roza el género de terror Jack cae en una asimilación del rol de ama de casa frustrada y depresiva, aliviada por culebrones televisivos y una especie de pandilla de guerra entre la que figuran la cotilla Anette (Miriam Flynn) y la explosiva destrozahogares Joan (Ann Jillian). La dirección de Stan Dragoti, que dos años después haría llorar de risa al público con El Hombre del zapato rojo protagonizada por Tom Hanks, es muy solvente. Pero sobre todo hay que agradecer el guión firmado por John Wilden Hughes Jr. que evoluciona en un crescendo imparable de situaciones bizarras y desternillantes. Keaton encuentra ocasión de desplegar todo su abundante arsenal trágico-cómico y de exponer con crudeza el desafío intenso que puede representar la vida familiar en un mundo de carreras proresionales cada vez más demandantes. Muchos padres con hijos pequeños podrán reconocerse en ella, echarse de paso unas cuantas risas catárquicas y llegar exhaustos a la única conclusión posible: no hay fórmulas mágicas en esa lucha diaria. Y que no decaiga...

domingo, 19 de mayo de 2013

- It will begin soon enough...the wondering [..]Is he well? Is he in love? Is she beautiful?
- He is in love, she is beautiful.Oh, i´ll never leave you!



 Stazione Termini (1953)
Vittorio de Sica aceptó el encargo de David O´Selznick para proporcionar lucimiento dentro del neorrealismo italiano a su esposa Jennifer Jones y otro actor del star system, Montgomery Clift, con un argumento de Cezare Zavattini en el que parece que metió mano en los diálogos Truman Capote. Para una voluntad de crudeza y un proyecto que no había de pertenecer del todo a ninguno de los dos bandos una estación fascista pareció el lugar adecuado por el que hacer circular sin adornos a todas las capas de la sociedad italiana que acompañan el tormento de los dos protagonistas. El motivo no puede ser más simple: cómo una ama de casa de Philadelphia, Mary Forbes (Jones) liquida su aventura con un profesor universitario italiano de madre americana Giovanni Doria (Clift). Y aunque la debilidad del personaje femenino le había impedido despedirse en persona y culminar el envío de una nota explicatoria se ve impelido a proporcionar un adiós digno de tal nombre en el tiempo que dura su espera del tren a París, justo la hora y media que dura el film de Sica cumpliéndose así una rigurosa unidad de tiempo en la acción. Ese adiós es estorbado por el sobrino de Mary, Paul Beymer (Richard Beymer), que forma parte de esa familia romana a la que ha estado supuestamente visitando un largo mes. Pero sobre todo sirve para que la protagonista calibre las consecuencias de su romance con Giovanni, no sólo desde el punto de vista egoísta de la inacabable pena que le quedará por haber sacrificado a sus deberes de esposa y madre su felicidad sentimental personal sino también en un punto contrario al mito del italiano seductor de quita y pon. Ese italiano que no tiene por qué corresponderse con el amattore profesional ávido de turistas extranjeras a las que entretener y con las que aprovecharse sino que puede ser una persona honorable con una vida ordenada que ofrezca con toda seriedad cuanto posee pues estima que es lo que debe hacerse cuando uno ha encontrado a quien amar. O´Selznick no quedó muy contento de las implicaciones morales que se derivaban de la realización italiana y corte aquí, corte allá, fabricó otra versión de una hora de duración con el título de Indiscretion of an american wife que se estrenó en Estados Unidos con dos canciones que le servían de preámbulo y completaban la duración exigida por la distribuidora. De título parecido es el remake Indiscretion of An American Housewife de 1998. En toda la tormenta emocional a la que se asiste en el film de Sica, que en sus primeros planos obsesivos de besos, con el flu, pómulo contra pómulo y en la exhibición cruda y retorcida del sufrimiento emocional roza lo pornográfico interviene una especie de juez salomónico en la persona del comisario de policía de la estación (Gino Cervi). En medio de toda la debilidad y vulnerabilidad de los dos amantes sorprendidos en un vagón alguien tiene que traer de vuelta el orden de las cosas. Y ahí parece que Vittorio de Sica o Zavattini quieren hacer un alegato en favor de su sociedad y de sus valores: ellos pueden ser una sociedad machista donde el único apellido que cuenta es el paterno, donde a una mujer se la carga de hijos y se la trae embarazada tres noches sin dormir desde las minas inglesas de vuelta a Italia pero cuando se trata de aplicar el peso de la ley se pondera las consecuencias que puede tener para una esposa y madre norteamericana ser denunciada en Italia, las consecuencias para la familia, que es por encima de romances pasajeros la prioridad. Una sociedad que puede admitir el error de una mujer casada siempre y cuando ésta acepte poner enmienda a ese error. Incluso a costa del sufrimiento y pérdida del único que estaba poniendo todas las fichas sobre la mesa. El amor solo se hizo para los valientes y Mary Forbes, desde luego, no se cuenta entre ellos. Se llega así al término que promete el título. Probablemente la pervivencia de este film no resida sólo en ser el canto del cisne de un amor y de la vida de O´Selznick sino en plantear una disyuntiva desasosegante que no deja al espectador espacio para el descanso en todo su metraje.



sábado, 18 de mayo de 2013

When my 60 seconds came around i realized i had 
everything i ever wanted... but nothing i really needed. 


 

Leap Year (2010)
Deborah Kaplan y Harry Elfont se inspiraron en las tradiciones y leyendas de la madre patria que para los anglosajones de Estados Unidos, si hemos de juzgar por lo que nos devuelve su cine, se reduce a Irlanda.
De allí tomaro la excusa principal de este film dirigido por Anan Tucker que ha sido etiquetado como comedia romántica pero que a juzgar por las peripecias que hace vivir a su arrojada protagonista Ana Brady (Amy Adams) bien podría calificarse de cine de aventuras. Desde los títulos de crédito se nos describe a esta mujer bostoniana como alguien competitivo, perfeccionista, seguro de sí mismo y capaz de cualquier proeza subida a sus indefectibles tacones de 600 euros y 10 centímetros de altura. Anna es home stager, una de esas nuevas profesiones derivadas del desarrollo del capitalismo: ella realiza recreaciones mediante decoración interior y mobiliario real, de muestrario, para que los agentes inmobiliarios consigan convencer a sus clientes de las potencialidades de un domicilio en venta. Y es re realmente eficiente en ello. Sabe lo que quiere y dónde quiere vivir, en los exclusivos apartamentos Davenport, cuyo proceso de admisión sigue escrupulosamente con su novio Jeremy (Adam Scott). Pero hay una circunstancia que entorpece su completa felicidad, su novio el cardiólogo, cuya vestimenta dicho sea de paso hace dudar sobre su verdadera orientación, no termina de aportar la deseada petición de mano. Su decepcionante padre, Jack Brady (John Lithgow) le cuenta la historia familiar de sus abuelos donde al parecer su abuela debió echar mano de la tradición irlandesa que permite a las novias declararse un 29 de febrero (por tanto, cada año bisiesto, de ahí leap year). Aprovechando la circunstancia de que su importante novio se encuentra de congreso en Dublin decide seguirle para tomar, como norteamericana que es, una tradición foránea más al pie de la letra que los propios del lugar.
Una tormenta se cruza en el camino y tras varios aeropuertos consigue un barco que no alcanza sino a dejarla en el remoto pueblo de Dingle (cuyos acantilados fueron grabados en las Islas de Arán). Allí tiene su taberna y pensión Declan O´Callagham (Matthew Goode) siempre escoltado de los tres borrachines del pueblo: Seamus (Noel O´Donovan), Donald (Pat Laffan, el infausto George Burgess en The Snapper) y Joe (Alan Devlin). Anna enrola a Declan en su gesta por alcanzar por carreteras irlandesas la capital y así reunirse con el que cree hombre de su vida. Por el camino las peripecias de todo tipo (accidentes, vacas, robos, trenes perdidos, banquetes de boda) van facilitando el conocimiento de estas dos personalidades aparentemente opuestas reunidas por el azar. Hay tiempo para otra leyenda irlandesa, narrada por Declan en lo que vendría ser un pastiche cinematográfico de la Roca de Dunamase y Ballycastle. Es verdad que se abusa de escenas tópicas como los besos en silueta (a la luz de la luna, al atardecer) y que se revisa con bastante transparencia clásicos como It happened one night (1934) o The quiet man (1952) pero no creo que toda pretensión de dotar de cierta magia o romanticismo a la elección de pareja deba ser condenada de reaccionaria o sexista. No lo sería si fuera el hombre quien emprendiera una gesta semejante en busca de la mujer que considera la elegida. Se trata de un ejercicio extremo de la voluntad de elección y en ese llevar las cosas al extremo hay suficiente terreno para el caos y la comedia como ya había demostrado Marisa Tomei en Only you (1994). Y también hay opción como le sucede a Amanda Seyfreid en otra película estrenada en el mismo año que ésta Letters to Juliet (2010) para reconsiderar las propias opciones personales y lograr con ello un margen de libertad mayor. Puesto que solo un gran viaje conduce a un gran amor y ese viaje es siempre de descubrimiento.


sábado, 27 de abril de 2013

Time has gather us together, and Time is stronger than a rope.


  
 Rancho Notorius (1952)

El western no se hizo para las mujeres. El Oeste americano, tal y como lo hemos conocido por el cine clásico norteamericano, era un territorio hostil donde su supervivencia era muy precaria y su papel en él se circunscribía a los interiores de una modesta casa de colonos o un saloon. En él normalmente eran agredidas o raptadas como moneda de cambio, o incluso violadas. Hay dos films en los cincuenta que contrarrestan un poco esto con personajes masculinos realmente protagonistas y dotados de fuerza. Uno es Johnny Guitar (1954) de Nicholas Ray el otro es Rancho Notorius, traducido aquí como Encubridora (1952) de Fritz Lang. Lang está considerado uno de los precursores del film noir con M. el vampiro de Dusseldorf (1931) y esto conviene tenerlo presente al contemplar la descripción del tormento psicológico que arrostra el protagonista, Vern Haskell (Arthur Kennedy) después de que su novia Beth Forbes (Gloria Henry) sea asesinada y forzada por un ladrón. Las manos crispadas, la cualidad actoral de las sombras y el empleo de la iluminación son herencias expresionistas. El empleo de diversas canciones como "Legend of Chuck A Luck", Gipsy Davy" y "Get Away Young Man" de Ken Darby interpretadas por William Lee tiene cualidades de un contenido melodrama. La primera, en especial, planea como un romance de trovador recordándonos que esta es una historia de Odio, Muerte y Venganza. Y el orden no es casual porque aunque lo primero que se produce es una muerte, es el Odio el motor de la trama y en el camino hacia la Venganza se siembra muerte en abundancia. Pero es también la historia de una investigación llevada a cabo por un vaquero en el sentido más rural del término (pastor de ganado vacuno) que al comienzo no sabe ni empuñar un arma pero que llevado de ese odio evoluciona hasta convertirse en un pistolero implacable. Aprende de uno de los mejores, Frenchy Fairmont (Mel Ferrer) a cuyo encuentro acude en la celda de una cárcel para lograr llegar al escondite de Altar Keane (Marlene Dietrich), la mujer protagonista que parece tener la clave del paradero del asesino de su novia, el cobarde Kinch (Lloyd Gough). Y esa investigación es también el retrato de la vida errante con su ascensión social, brillo y posterior retiro de un artista de vodevil, una cotizada cantante de saloons que un buen día decide erigir el Rancho Notorius cercano a la frontera mejicana que ofrece refugio a su pareja Frenchy y a los fuera de la ley como él a cambio de un 10% de comisión sobre sus ganancias ilícitas. El sobrenombre del rancho es Chuck -A-Luck porque fue una rueda de la fortuna lo que unió a Frenchy y Altar. Altar aprende que construir la propia felicidad sobre la ruina de la de otros nunca ha sido buen negocio. Y Frenchy que desconfiar del afecto y lealtad de los más próximos no es la más sabia de las actitudes. En cuanto a la enseñanza que le deja ese paso al lado oscuro y salvaje al vaquero Vern tal vez esté contenida en la escena final, esta vez sí, muy propia del género y al mismo tiempo muy iconoclasta.