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sábado, 18 de mayo de 2013

When my 60 seconds came around i realized i had 
everything i ever wanted... but nothing i really needed. 


 

Leap Year (2010)
Deborah Kaplan y Harry Elfont se inspiraron en las tradiciones y leyendas de la madre patria que para los anglosajones de Estados Unidos, si hemos de juzgar por lo que nos devuelve su cine, se reduce a Irlanda.
De allí tomaro la excusa principal de este film dirigido por Anan Tucker que ha sido etiquetado como comedia romántica pero que a juzgar por las peripecias que hace vivir a su arrojada protagonista Ana Brady (Amy Adams) bien podría calificarse de cine de aventuras. Desde los títulos de crédito se nos describe a esta mujer bostoniana como alguien competitivo, perfeccionista, seguro de sí mismo y capaz de cualquier proeza subida a sus indefectibles tacones de 600 euros y 10 centímetros de altura. Anna es home stager, una de esas nuevas profesiones derivadas del desarrollo del capitalismo: ella realiza recreaciones mediante decoración interior y mobiliario real, de muestrario, para que los agentes inmobiliarios consigan convencer a sus clientes de las potencialidades de un domicilio en venta. Y es re realmente eficiente en ello. Sabe lo que quiere y dónde quiere vivir, en los exclusivos apartamentos Davenport, cuyo proceso de admisión sigue escrupulosamente con su novio Jeremy (Adam Scott). Pero hay una circunstancia que entorpece su completa felicidad, su novio el cardiólogo, cuya vestimenta dicho sea de paso hace dudar sobre su verdadera orientación, no termina de aportar la deseada petición de mano. Su decepcionante padre, Jack Brady (John Lithgow) le cuenta la historia familiar de sus abuelos donde al parecer su abuela debió echar mano de la tradición irlandesa que permite a las novias declararse un 29 de febrero (por tanto, cada año bisiesto, de ahí leap year). Aprovechando la circunstancia de que su importante novio se encuentra de congreso en Dublin decide seguirle para tomar, como norteamericana que es, una tradición foránea más al pie de la letra que los propios del lugar.
Una tormenta se cruza en el camino y tras varios aeropuertos consigue un barco que no alcanza sino a dejarla en el remoto pueblo de Dingle (cuyos acantilados fueron grabados en las Islas de Arán). Allí tiene su taberna y pensión Declan O´Callagham (Matthew Goode) siempre escoltado de los tres borrachines del pueblo: Seamus (Noel O´Donovan), Donald (Pat Laffan, el infausto George Burgess en The Snapper) y Joe (Alan Devlin). Anna enrola a Declan en su gesta por alcanzar por carreteras irlandesas la capital y así reunirse con el que cree hombre de su vida. Por el camino las peripecias de todo tipo (accidentes, vacas, robos, trenes perdidos, banquetes de boda) van facilitando el conocimiento de estas dos personalidades aparentemente opuestas reunidas por el azar. Hay tiempo para otra leyenda irlandesa, narrada por Declan en lo que vendría ser un pastiche cinematográfico de la Roca de Dunamase y Ballycastle. Es verdad que se abusa de escenas tópicas como los besos en silueta (a la luz de la luna, al atardecer) y que se revisa con bastante transparencia clásicos como It happened one night (1934) o The quiet man (1952) pero no creo que toda pretensión de dotar de cierta magia o romanticismo a la elección de pareja deba ser condenada de reaccionaria o sexista. No lo sería si fuera el hombre quien emprendiera una gesta semejante en busca de la mujer que considera la elegida. Se trata de un ejercicio extremo de la voluntad de elección y en ese llevar las cosas al extremo hay suficiente terreno para el caos y la comedia como ya había demostrado Marisa Tomei en Only you (1994). Y también hay opción como le sucede a Amanda Seyfreid en otra película estrenada en el mismo año que ésta Letters to Juliet (2010) para reconsiderar las propias opciones personales y lograr con ello un margen de libertad mayor. Puesto que solo un gran viaje conduce a un gran amor y ese viaje es siempre de descubrimiento.


sábado, 25 de agosto de 2012

"You are the butter to my bread, the breath to my life"
Julie & Julia. (2009)
Aficionados a la cocina, o no, esta película puede interesar a todos aquellos que quieran ver cómo dos personas reencuentran el paso perdido de su recorrido vital. Su directora es la difunta Norah Ephron (1941-2012) que representaba la quintaesencia del mejor neoyorkino. La película se estructura en dos relatos que se van intercalando, el de Julia Child "la mujer que enseñó a América a cocina comida francesa" y la aspirante a escritora Julie Powell. Bien ella o el casting de Kathy Driscoll y Francine Maisler cayeron en la cuenta de que la complicidad gigantesca de Meryl Streep y Stanley Tucci en The Devil Wears Prada bien merecía otra oportunidad para desplegarse ante la pantalla y los convirtieron en el matrimonio de Julia y Paul Child que se trasladan a París donde él debe integrarse a su puesto de agregado cultural de la Embajada Estadounidense. Ella no desea volver a trabajar como funcionaria del gobierno pero tampoco desea ser "some frivolous wife looking for a way to kill time". Decididamente Julia Child no estaba en el killing time business. Quería dar a su vida significado, hacer algo con solidez. Julie Powell trabaja en la Oficina de apoyo a las víctimas del 11S, tiene una novela a medias que nadie quiere publicar y un grupo de amigas exitosas y blackberrieadictas que cubren también su necesidad de enemigas, si la tuviera. Su madre si no es castradora es, desde luego, una pisaverdes. Y encima su marido ha decidido que para gozar de un piso más amplio van a mudarse a Queen, los outerboroughs. De hecho la película arranca con esas dos mudanzas, Paris y Queens, 1950 y 2002. Ambas sienten que no basta con un trabajo alimenticio y ser amas de casa. Ambas cuentan con el apoyo incondicional de sus maridos (Tucci y Chris Messina), ambos buena gente que las quieren bien. La cocina les sirve a ambas para centrar su vida y reencontrar la alegría, los buenos amigos como Avis De Voto (Deborah Rush) en Julia o Sarah en Julie (Mary Lynn Rajskub) y el disfrute del presente que nunca debieron perder. Y para dejar su aportación en el mundo, aspiración legítima de cualquier vida humana. Se agradece además el retrato del hogar cotidiano, Si bien el Paris de los cincuenta es algo edulcorado al estilo Amélie, el reflejo de un domicilio de treintañeros del año 2002 tiene ese aire desordenado de casa real, sin relación con las casas de revista, que se echa mucho de menos en el cine que presume de ser contemporáneo. El lujo austero de las cocinas de Child contra la modestia de la cocina de Julie pero la misma pasión por alcanzar un objetivo personal. Buen ejemplo de la capacidad inspiradora de aquellos a quienes admiramos para animarnos en nuestra propia superación.