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sábado, 27 de abril de 2013

Time has gather us together, and Time is stronger than a rope.


  
 Rancho Notorius (1952)

El western no se hizo para las mujeres. El Oeste americano, tal y como lo hemos conocido por el cine clásico norteamericano, era un territorio hostil donde su supervivencia era muy precaria y su papel en él se circunscribía a los interiores de una modesta casa de colonos o un saloon. En él normalmente eran agredidas o raptadas como moneda de cambio, o incluso violadas. Hay dos films en los cincuenta que contrarrestan un poco esto con personajes masculinos realmente protagonistas y dotados de fuerza. Uno es Johnny Guitar (1954) de Nicholas Ray el otro es Rancho Notorius, traducido aquí como Encubridora (1952) de Fritz Lang. Lang está considerado uno de los precursores del film noir con M. el vampiro de Dusseldorf (1931) y esto conviene tenerlo presente al contemplar la descripción del tormento psicológico que arrostra el protagonista, Vern Haskell (Arthur Kennedy) después de que su novia Beth Forbes (Gloria Henry) sea asesinada y forzada por un ladrón. Las manos crispadas, la cualidad actoral de las sombras y el empleo de la iluminación son herencias expresionistas. El empleo de diversas canciones como "Legend of Chuck A Luck", Gipsy Davy" y "Get Away Young Man" de Ken Darby interpretadas por William Lee tiene cualidades de un contenido melodrama. La primera, en especial, planea como un romance de trovador recordándonos que esta es una historia de Odio, Muerte y Venganza. Y el orden no es casual porque aunque lo primero que se produce es una muerte, es el Odio el motor de la trama y en el camino hacia la Venganza se siembra muerte en abundancia. Pero es también la historia de una investigación llevada a cabo por un vaquero en el sentido más rural del término (pastor de ganado vacuno) que al comienzo no sabe ni empuñar un arma pero que llevado de ese odio evoluciona hasta convertirse en un pistolero implacable. Aprende de uno de los mejores, Frenchy Fairmont (Mel Ferrer) a cuyo encuentro acude en la celda de una cárcel para lograr llegar al escondite de Altar Keane (Marlene Dietrich), la mujer protagonista que parece tener la clave del paradero del asesino de su novia, el cobarde Kinch (Lloyd Gough). Y esa investigación es también el retrato de la vida errante con su ascensión social, brillo y posterior retiro de un artista de vodevil, una cotizada cantante de saloons que un buen día decide erigir el Rancho Notorius cercano a la frontera mejicana que ofrece refugio a su pareja Frenchy y a los fuera de la ley como él a cambio de un 10% de comisión sobre sus ganancias ilícitas. El sobrenombre del rancho es Chuck -A-Luck porque fue una rueda de la fortuna lo que unió a Frenchy y Altar. Altar aprende que construir la propia felicidad sobre la ruina de la de otros nunca ha sido buen negocio. Y Frenchy que desconfiar del afecto y lealtad de los más próximos no es la más sabia de las actitudes. En cuanto a la enseñanza que le deja ese paso al lado oscuro y salvaje al vaquero Vern tal vez esté contenida en la escena final, esta vez sí, muy propia del género y al mismo tiempo muy iconoclasta.

viernes, 17 de agosto de 2012


"mon ambition c´est atteindre la parfaite paresse pour l´homme riche et le pauvre aussi"


Elena et les hommes. (1956).

Jean Renoir pudo soñar tal vez con arrancar a Helena el estigma adquirido en Troya como femme fatale o instrumento del destino pero su Elena "sin h" revisita mejor otro mito griego, el de Pigmalión, cambiando el género. A Elena le gusta pensar que su misión en la vida es emplear su belleza y el amor que inspira en los hombres para ayudarles en la consecución de sus más altos ideales y ambiciones. Una vez logrados éstos, Elena cambia de misión y en consecuencia de hombre. Este modus operandi puede resentirse en ocasiones de falta de liquidez que siempre puede resolverse por un matrimonio de conveniencia. Elena es por matrimonio solo la princesa Sorokowska, viuda de un insignificante príncipe polaco víctima de su afición a la fabricación de bombas con destino al Zar ruso, pero cualquier monarca o gobernante envidiaría su cerebro de estratega. Exquisita en sus maneras y toilette pero de gustos sencillos, regala margaritas como portebonheur a sus favorecidos y ama la multitud. No duda en mezclarse con ella por las atestadas calles de un París de estudio en algarabía sin fín el 14 de julio hasta perder sombrilla, sombrero, monedero y hasta un guante de piel bebiendo tintorro con la misma delectación que si bebiera néctar de los dioses. Una mujer distinguida pero accesible a la vez solo podría interpretarla alguien como Ingrid Bergman. Pero lo  que destaca en ella es la imperturbable felicidad que la acompaña y eleva por encima del resto de los agitados mortales que la rodean y que, como su tía, hacen de la crise de désespoir todo un arte. Elena no cree en el amor para ella, le preocupan asuntos de mayor relevancia. Su única pasión es esa influencia benefactora que puede jugar en hombres llamados eventualmente a regir una nación como el general Rolland (magnífico Jean Marais). Es un hada madrina que tropieza en la multitud y a lo largo de su misión una y otra vez con un hombre sin más ambición que desmontar el rígido esquema de vida que ésta se ha autoimpuesto (Mel Ferrer). Los secundarios como Jean Richard (Héctor) o Magali Noël (Lolotte), las cantantes famosas en sus cameos (Juliette Greco de gitana es todo un hallazgo) redondean el aire de sainete de un cuadro alegre a mayor gloria de la joie de vivre gala.