martes, 11 de septiembre de 2012

- Vous tombez amoureuse de tous les hommes que vous trahissez?
- En tout cas, je vous ai jamais trahis.


Anthony Zimmer (2005).
Estamos en crisis, todo es austeridad, recortes, pobreza, insolidaridad, low cost flight, low cost bar, saldos, rebajas, facilidades, pagos aplazados, cómodos plazos, precios mínimos garantizados, ofertas del día y un largo repiqueteo de "la vida en otro tiempo fue mejor". Abrimos una revista de moda o vemos esta película escrita y dirigida por Jérôme Salle y se acabó, estamos de vuelta en el 'todo es posible' de la materialidad. La película arranca con unos zapatos de tacón, abertura delantera (Sherlock Holmes podía hacer una ficha consuetudinaria solo con unos zapatos), un bolso de una calidad de piel y acabados que se consigue a partir de los mil euros, una mujer que avanza como un estandarte de elegancia por un restaurante revestido también de los mismos atributos. En los últimos años los cineastas españoles descubrieron una veta en el cine de terror, los franceses en el cine negro. Ambos cuentan con medios limitados respecto a las producciones estadounidenses así que la famosa elipsis de Lubitsch es, más que un rasgo de estilo, una imposición presupuestaria. Pero eso puede hacer que saquemos partido gracias a la fotografía hasta del verjurado del papel del cigarrillo que fuma Chiara mientras espera a su amado Anthony Zimmer, que no se presenta pero sí el mensajero que trae el hilo con el que comienza el juego. Zimmer es un ex-traficante de drogas perseguido por sus delitos fiscales por el policía francés Akerman de mirada bicolor (Sami Frey) y por Nassaïev (Daniel Olbryschki) un ex-KGB que se hace pasar por funcionario pero trabaja para "Les voleurs dans la loi", clientes de Zimmer que han decidido callar a éste para siempre. Las órdenes para esta enamorada convertida en mujer fatal (Sophie Marceau) son: tomar el TGV en dirección Niza, elegir un hombre al azar, seducirlo, invitarlo a su suite y fingir pareja en silueta para los perseguidores. Elige a un mediocre traductor llamado François Taillandier (Yvan Attal) que ha decidido darse un homenaje en el equivalente a primera clase del Ave en dirección a una casa rural donde olvidar que su mujer lo abandonó hace seis meses....Movimientos felinos, el truco de la cremallera atascada, la voz de jazz y lo ha convertido ya en su camarero. Algún rechazo menor y una concesión directa a la yugular: "Vous êtes exactement mon genre d´homme." El hombre Decathlon no tenía posibilidad de rehusar, desembarca en el Carlton con Chiara Manzoni a disfrutar de las bondades de la costa azul. Vistas de helicóptero, picados, cenitales, travellings frontales, laterales y algún macro si es preciso comunicar algo táctil. Dos sicarios rusos intentan matar al incauto Taillandier que no puede ponerse más que los vaqueros y debe dejar atrás gafas y pastillas contra la ansiedad para recibir una buena dosis de adrenalina. En ese punto uno ya está dentro del film, cree tener claro quienes son los buenos y los malos como acostumbra el cine negro. Taillandier recuerda el saber popular que aconseja desconfiar de las apariencias pero estas son poderosas. En eso confía la película para esconder al espectador la segunda vuelta que establece la verdad insoslayable de la existencia del amor por encima del conocimiento. El hombre de paja seducido decide subvertir las reglas del juego, tomar las riendas, ser el héroe de las novelas policíacas que acostumbraba a leer. En esos equilibrios y cambios de poder se desarrolla un film que deja migas para ser recogidas tras la revelación, que puede parecer superficial pero necesita la mirada ingenua complementada por la consciente. Dobles identidades y dobles lealtades que se resuelven de camino a una casa entre bosques digna de Richard Neutra. Calidad material y personal. Clase. Una invitación al viaje.

jueves, 6 de septiembre de 2012

"Cuando abandonas un lugar, debes hablar
del sitio al que vas y no del que dejas atrás".


Un toque de canela (2003).
Esta película se estructura como un menú de 1959 a nuestros días en la historia compartida o dividida entre turcos y griegos presentada en primeros, segundos platos y postres. Cuando las relaciones entre personas y países se deterioran siempre es por ambas partes, el desagrado termina siempre por encontrar equilibrio en la correspondencia o en la indiferencia. No obstante, el argumento principal tiene una escala burguesa como lo tenían los padecimientos del Dr. Zhivago. ¿Qué ocurre cuando la historia política del país en que vives modifica de forma irreparable el curso de tu existencia? Esta película es nostálgica pero esconde varios momentos que se prestan fácilmente a la hilaridad.
Fanis (Markos Osse) adoraba a su abuelo Vasilis  (Tassos Bandis), griego nacionalizado turco como su hija Soultana (Renia Louizidou). Vasilis regentaba una tienda de ultramarinos a la que todos los vecinos confiaban la fortuna de su cocina. Fanis pasa su infancia aprendiendo gastronomía y astronomía en el altillo de esa tienda y viendo a Saime (Basak Köklükaya), su primer amor, bailar para él. Pero a comienzos de los sesenta su padre Sawas (Ieroklis Mikaelidis), griego de nacionalidad, es deportado y Fanis debe marchar con sus padres a una Atenas que desconoce, una Atenas que no tiene ni uno solo de los aromas y riqueza de la cocina turca y donde todos sus aprendizajes le hacen sospechoso de conducta desviada. Su abuelo promete reunirse con su nieto pero nunca llega hasta que - Fanis ya adulto (Georges Corraface) convertido en exitoso astrónomo y profesor - acaba en el hospital después de haber perdido el avión en un último intento,  sincero esta vez, de reunirse con él. Es el momento para Fanis de volver a Estambul y hacer recuento de lo que queda de su infancia, porque como decía su tío, el marino Aimilios (Stelios Mainas) "En la vida hay dos clases de viajeros: los que miran el mapa se van, los que miran el espejo vuelven a casa".

martes, 4 de septiembre de 2012

"Maybe you can fool these guys with the saint act that you got done, but do not ever speak to me again like we don´t know what really happened."


Working girl. (1988).

He aquí una película que se pretendía epocal y que se ha convertido en clásico. Ni siquiera los maquillajes delirantes, las hombreras superlativas, los cardados y planchados de pelo abusivos la envejecen. Mike Nichols quiso dedicarle un film a esa mujer trabajadora de extracción humilde que acudía todas las mañanas en el ferry de Staten Island a la Gran Manzana. A la que por origen, entorno o formación no iba a contar con más oportunidad que las que ella misma se crease con sus sueños y esfuerzo. Y pese a que es penoso ver en la pantalla lo que tanto se observa en la realidad, la competitividad malsana y el machismo femenino, la pobre sororidad entre las mujeres en el entorno laboral hay que ser honestos y reconocer que hizo un retrato fiable de los retos a los que una mujer así se plantea. Cómo su legítima ambición de realización personal, la de Tess McGill (Melanie Griffith, nunca más maravillosa) le obliga a rediseñar su mundo, repensar su noviazgo con Mick Dugan (Alec Baldwin) y tomarse ciertas libertades para romper ciertos techos de cristal. La mujer que se cruza en su camino, Katherine Parker (Sigourney Weaver), nunca más tan femenina), le proporciona sin querer, al hacerle la zancadilla, las armas y el poder para perseguir sus metas. E incluso el puente hacia Jack Trainer (Harrison Ford), el tipo de hombre capaz de tratarla de igual a igual. La película se enriquece con los abusones masculinos (Oliver Platt, Kevin Spacey) y con la amiga fiel (la hilarante Joan Cusack). El mensaje es claro, trabajen mujeres por aquello que creen, no se olviden de ser tan maravillosas como son y de disfrutar de su cuerpo ni descarten de su vida aquellos hombres que puedan ayudarlas y quererlas bien. Y traten bien a sus compañeras de trabajo, no tomen de la experiencia masculina nada más que lo mejor. Todo eso servido por la canción de Carly Simon y la efigie de La estatua de la Libertad hizo de esta película un título inspirador para todas.

domingo, 2 de septiembre de 2012

"Mais, qu´est-ce que tu crois? que tu est toi seule à prendre des
casquettes avec les mecs, hein?Tu as eu mal, j´ai eu mal.
Ça preuve qu´ont est encore vivantes."


Laisse tes mains sur mes hanches. (2003).
Incluso las mujeres con vida social, realizadas en lo profesional e independientes como la actriz de teatro Odile Rousselet (Chantal Lauby) tienen derecho a experimentar el síndrome de nido vacío cuando su hija de dieciocho años Marie (Armelle Deutsch) decide dejar de vivir con ellas para convivir con su novio. Amigas de paso como Myriam Bardem (Rossy de Palma) o su patrulla urbana compuesta por la casada trompée Nathalie (Claude Perron, la inolvidable empleada de sex-shop de Amélie) o el alegre Miche (Thomas Derichebourg) estarán al quite para cuidarla en esa transición a la soltería a secas. Odile tiene una fantasía de sus diecisiete años, de enamorada de un feriante con la canción Tombe la neige de Adamo de fondo. Otra canción de ese cantante trasnochado da título al segundo film y último como directora de Chantal Louby, presentadora de televisión que desarrolló luego carrera de humorista y actriz. Myriam le lanza en una marquesina de autobús un sortilegio de hada para que se cumplan sus deseos tras una deprimente noche de discoteca. Aparecen al instante Idir, Rachid y Kader, tres feriantes admiradores de la actriz que las dejan en casa y las emplazan para visitar la feria. La mirada fija de Kader (el debutante Jean-Pierre Martins) y el estado de pérdida y confusión abierta a todo de Odile la empuja una y otra vez a la feria, un mundo suspendido fuera de las reglas rígidas de la urbe, de sus ensayos dirigidos por Bernard (Alain Chabat) o su réplica (Jean-Hugues Anglade) o de esos conserjes que se entrometen y juzgan constantemente su vida. Odile aprende a aceptar agradecida y humilde el presente sin más, el amor de hoy y la buena compañía.

sábado, 1 de septiembre de 2012

"Some of us can´t live the kind of live
that other people want us to live."


My life without me. (2003)
Si uno lee la sinopsis al uso o escucha recomendaciones puede tardar en llegar a esta película porque no es atractivo asistir al desencadenamiento de un final predecible (muerte) y más de una persona joven con niños cuyo crecimiento no podrá acompañar. Superada la reticencia uno descubre en ella varios mensajes. Uno, que hay gente con la generosidad y fortaleza suficientes como para no afrontar el final con dramas innecesarios, de ocultar a los demás su dolor para ponerlos a salvo del sufrimiento inútil y de aprovechar pragmáticamente hasta el último segundo para despedirse bien, cerrando sus asuntos pendientes. Y dos, que la vida se estructura sobre el deseo y es generosa con aquellos que siguen deseando. Ann (Sarah Polley, en su primer colaboración con Coixet seguida de La vida secreta de las palabras) tiene en realidad una vida en apariencia pequeña. Tiene veintitrés años, está casada con Don (Scott Speedman), su primer novio con el que tuvo una hija a los 17, otra a los 19, con frecuencia desempleado pero que la ayuda mucho con las niñas. Vive en Vancouver, en un remolque en el terreno junto a la casa de su madre (interpretada magníficamente por la cantante de Blondie, Deborah Harry) que está cabreada con el mundo en general y se consuela con dramas de Joan Crawford. Trabaja de noche de limpiadora en la universidad donde tiene una amiga mayor que ella, Laurie (Amanda Plummer, la deliciosa atracadora de Pulp Fiction e hija del famoso Christopher). Tiene un padre que lleva diez años en la cárcel (Alfred Molina, haciendo buena la máxima de que no hay papel menor). Y eso es todo. Le dan tres meses de vida y hace una lista de cosas por hacer y la sigue a rajatabla. Entre ellas tener relaciones con un hombre distinto a su marido y encontrar para éste una sustituta que haga de madrastra para las niñas. Y justo la vida le pone delante a un hombre que se enamora de ella al instante, el agrimensor Lee (espléndido y tierno Mark Ruffalo) y una vecina, tocaya suya, que acaba de mudarse y con la que las niñas congenian al instante (Leonor Wattling). Con esto y la complicidad de su desvalido médico (Julian Richings) y el salón regentado por María de Medeiros, Ann va a ir completando su lista y viviendo por fin con intensidad sus últimos días. Nunca es tarde para comprender que la vida es maravillosa y disfrutarlo.