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domingo, 31 de marzo de 2013

- "I´ve never been to Aden or Abisinia or Sébastopol. Besides, i cannot talk 
with posh accent flaw. I´m just a maid, sir".
- I don´t think the word "just" would apply with you about anything.

The Englishman Who Went Up a hill But Came down a mountain (1995).
 Toda pequeña región del mundo debería tener su cine que cartografiase la vida de sus gentes para preservarla del olvido. Y lo haría con la misma forma de literatura que son los mapas, la "ropa interior" de un país que conforma a éste en definición de Morgan the Goat (el siempre soberbio Colm Meaney) que regenta la taberna y posada. Dos excombatientes británicos trabajando en 1917 para la Royal Society estableciendo medidas del territorio llegan a un pueblo que tiene a honor albergar la primera montaña de Gales. Uno de ellos está en su jubilación, George Garrad (Ian McNeice) y otro fue gravemente herido al comienzo de la guerra, Reginald Anson (Hugh Grant). Cuando determinan que la montaña mide 328 metros respecto a la cifra de corte de 333 por debajo de la cuál un promontorio es colina y no montaña al pueblo se le viene todo abajo. Han perdido hombres por la guerra y las minas pero no están dispuestos a perder su identidad. La película es un canto pues a la capacidad de cambio que posee la voluntad colectiva cuando trabaja al unísono en una dirección. Las escenas de traslado de tierra no extrañaría que estuvieran en la mente de Danny Boyle cuando imaginó la ceremonia inaugural de los JJ.OO. de Londres en 2012. La película la firma Christopher Monger que es principalmente guionista y que comparte la autoría de éste con su hermano Ivor. Pero sobre todo es de esas comedias deliciosas, sanas, que traen ecos de esa idílica visión de Innisfree, del mundo rural tal y como lo concibió John Ford para The Quiet Man. Que nos traen también accentos diferentes de lenguas locales dentro de las Islas británicas. El duelo entre el tabernero y el Reverendo Jones (Kenneth Griffith) está a la altura de las trifulcas de Fernandel y Pepone.
Es una delicia además observar la química entre la pizpireta Tara Fitzgerald y Grant que también tuvo con su compañero de reparto, un año más tarde, Ewan McGregor. Tara Fitzgerald se ha prodigado menos en cine que en televisión, cuya última aparición es en Juego de Tronos. Suya es, en gran parte, la responsabilidad de hacer de este film uno de esos títulos inolvidables que su historia en apariencia humilde pudiera no ambicionar.

lunes, 13 de agosto de 2012

"I love you Sharon. An' it'll be your baby, so I'll love it as well."


The Snapper (1993).

En su décima película Stephen Frears eligió contar una historia de familia obrera siempre con problemas pero feliz y dar un rápido repaso a algunos invariables irlandeses como la excesiva afición a la bebida o el catolicismo acérrimo que les impedía considerar siquiera el aborto como una opción. Pero sobre todas las cosas decidió contar el amor incondicional de un padre hacia una hija. Un amor que no disminuye por cuestiones de honor o puritanismo y que pone por delante de las consideraciones del resto de la familia nuclear que es lo único que le importa (el "fuck the neighbours!" inicial vale para el resto de habitantes). He ahí un hombre que no confunde sus prioridades y hace honor a los suyos. Y la película se disfruta sobre todo por ese careo entre Colm Meaney, experto en robar protagonismo a cualquier vedette o galán con el que coincida en reparto, pregunten sino al Hugh Grant de The Englishman Who Went up a Hill but Came Down a Mountain, al que da la réplica perfectamente Tina Kellegher. La frase que inicia esta entrada ilustra esa incondicionalidad y se puede encontrar también en el héroe escocés Rob Roy creado por Walter Scott y encarnado por Liam Neeson. Sharon quiere hacer prevalecer dos derechos-libertades: la de tener su bebé, la de no revelar la identidad del padre por mucha presión social (que la tendrá) que sufra.
Está bien que se pueda hacer comedia de lo que en la realidad de muchos países y familias se hace drama y encontrar, al menos en la pantalla, tanto respecto por la decisión de la mujer sobre su propia concepción.