domingo, 9 de junio de 2013

 If i were the cream for that woman´s coffee, i´d curdle.
That is the kind of woman that makes civilizations topple!




Ball of fire (1941)
 
Esta comedia, con guión de Billy Wilder y Charles Brackett sobre una historia del propio Wilder y Thomas Monroe, parte de premisas familiares. La primera de ellas es un cuento clásico, Blancanieves y los siete enanitos. En este caso los siete enanitos son profesores de distintas especialidades que elaboran una enciclopedia. El Profesor Gurkakoff (Oskar Homolka) que parece entender tanto de matemáticas como de psicología freudiana. Luego el Profesor Jerome (Henry Travers), el historiador Prof. Magenbruch (S. Z. Sakall), el profesor Robinson (Tully Marshall), el Prof. Oddly (Richard Haydn), el Prof. Quintana (Leonid Quinskey) y el entrañable botánico Prof. Peagram (Aubrey Mather) cuyas explicaciones sobre la anémona nemorosa y su breve matrimonio eran el único capital de experiencia femenina con el que contaba ese grupo de solterones. Al frente de la organización del trabajo está el más joven, el lingüista Prof. Bertrand Potts (Gary Cooper). Una conversación casual con el basurero (Allen Jenkins) le revela que su artículo sobre el slang está desfasado y que hay mucha terminología viva que debe recoger mediante estudio de campo. Luego abandona la torre de marfil para mezclarse en toda clase de ambientes urbanos donde va repartiendo su tarjeta y reclutando a varios individuos susceptibles de ayudarle en su investigación. Es así como conoce en un cabaret a SugarPuss O´ Shea que además de deleitar con su Drum Boogie y sus bailes a la clientela posee un abundante caudal de argot callejero. Ella le despacha sin contemplaciones pero al verse en situación comprometida por los manejos mafiosos de su novio Joe Lilac (Dana Andrews) se mete en la fundación Totten que patrocina la hija del inventor del tostador eléctrico Miss Totten (Mary Field), del mismo modo que Whoopie Goldberg se esconderá en el convento en Sister Act en 1992. Y allí llegamos a otro lugar familiar, el encuentro entre el hombre erudito y la mujer mundana. Y ésta, en vez de desanirmarle al ritmo del You´re not that Kind de Will Hudson & Irving Mills, ejerce primero una actualización de sus ritmos vitales (y de paso del compás del resto de enciclopedistas), tiene luego una suerte de revelación sobre su propia decencia y lugar moral para finalmente sucumbir ante la fuerza y pureza del amor del catedrático. No hay aquí historia de Pigmalión, si acaso a la inversa porque es el profesor el que vuelve a la vida. La mentira inocente que le ayudó a ella a mantenerse a cubierto de la policía entre los sabios y que casi descubre el ama de llaves de diálogos de una causticidad inmejorable, Miss Bragg (Kathleen Howard), se vuelve en su contra. Desde la visión del mundo de hoy, de impostura tan extendida donde se predica constantemente la inocuidad de la falsedad, esta demostración tan clara del daño que puede reportar es refrescante. Como también lo es la actuación de la Stanwyck, una de las actrices con más carácter de su tiempo.  Tal vez no la más hermosa ni la más delicada pero sí dotada de gracia para hablar, cantar, bailar, de una inteligencia sobresaliente y también de un sentido del humor que sus frecuentes papeles en cine negro no le permitían desarrollar.


- Maybe we could just skulk around here for a bit and then go back down.
- That´s a thought. I don´t usually skulk but i suppose i could skulk if skulking 
were required. Do you skulk regularly?
- No, no, I don´t normally think of myself as a skulker but...

 








 Four weddings and a funeral (1994)

Esta película dirigida por Mike Newell con guión de Richard Curtis contiene muchos rasgos que han tenido continuidad desde la década de los 90 hasta hoy. Es una producción significativa de Working Title. Explota todos los clichés del británico sin avergonzarse de ello, echa mano de los humoristas de la casa, el caso de Mr. Bean, Rowan Atkinson (Father Gerald), de sus aristocráticos cómicos, como Hugh Grant (Charles) o Kristin Scott Thomas (Fiona) y de un préstamo o guiño de complicidad con los americanos en la figura de la glamourosa Carrie (Andie McDowell). El film coloca a la soltería impenitente bajo el foco protagonista en tensión con esa sociedad que cada fin de semana parece tener una boda que celebrar, y lo hace a través de ese grupo de amigos, último bastión de resistencia a la normatividad generacional. El grupo lo completa la hermana de Charles, Scarlett (Charlotte Coleman, escapada de un videoclip de Fairground Attraction), el hermano sordo de Charles, David (David Bower), el hermano de Fiona, Tom (James Fleet) y la pareja conformada por Gareth (Simon Callow) y Matthew (John Hannah). La película los presenta a todos como unos asistentes profesionales de bodas, las carreras antes de la ceremonia de Charles y Scarlett y sus transformaciones en frente del templo son gags repetidos y celebrados, los bailes contorsionistas del histriónico Gareth, las meteduras de pata de Tom y también de Charles (véase anillos de la primera boda), la promiscuidad e indiscrección de este último que le lleva al infierno de la mesa de las ex-novias, el anciano compañero de mesa sordo e iracundo (Kenneth Griffith), el cura primerizo, la dama de honor ninfómana (Sophie Thompson, sí la hermana de Emma),  las revelaciones insospechadas, ninguna comedia puede funcionar sin su porción de drama. El prototipo masculino que encarna Grant es también epocal, fóbico al compromiso, inmaduro, Peter Pan eterno y terriblemente torpe con los tiempos incluso tras haber identificado eso que todos ellos buscan y reconocen cuando se sinceran y que los hace en el fondo terriblemente románticos: el verdadero amor. Mientras aparece, procuran pasarlo bien, pero el hecho de que aún conserven ese ideal hace de esta comedia un producto entrañable y difícilmente reproducible. Más allá de las pamelas de Carrie o del Love is all around del one hit wonder Wet, wet, wet o de los intentos de emulación de Cuando Harry encontró a Sally del recuento de amantes de Carrie (menos que Madonna pero más que Ladi Di) la película mantiene su vigencia por los muchos momentos de hilaridad que contiene, por sacar partido del tipismo en beneficio de esa comicidad y por el ritmo tan suave y ágil que hace que, partiendo de unos escenarios a priori reiterativos, resulte en cambio un amable paseo festivo.







miércoles, 5 de junio de 2013

Tu est un grande pianiste. On sait tous ça.
C´est pas un problème de tourneuse 
qu´on va changer quoique ce soit




La tourneuse de pages (2006)

Dennis Dercourt es el responsable de imaginar y dirigir este desasosegante thriller que parece girar sobre la venganza que no solo se come fría sino que se ejecuta también con buenas dosis de frialdad por la joven Mélanie Prouvost (Déborah François). La hermética y reconcentrada niña Mélanie (Julie Richalet) está obsesionada con su carrera de piano. Hasta que un gesto de vanidad de la pianista y miembro del jurado de su prueba, Ariane Fouchécourt (Catherine Frot), arruina su actuación, le priva de esa obsesión reemplazándola, eso sí, por otra. Años después, recién licenciada como abogada entra en el despacho de un prestigioso jurista, Mr. Fouchécourt (Pascal Greggory) del que pronto su circunspecta y eficaz laboriosidad le granjean la confianza suficiente como para aceptar que reemplace en verano a la cuidadora de su hijo Tristán (Antoine Martynciow). Esto le da acceso privilegiado a su esposa, la desconsiderada pianista. Mélanie no puede llegar en mejor momento para sus planes. Ariane atraviesa una crisis de seguridad en sí misma desde que hace dos años como secuela de una accidente automovilístico. Solo dos personas perciben la implacable frialdad de Mélanie. La amiga violinista, Virginie (Clotilde Mollet, la inolvidable camarera del bar de Amélie), que integra con ella y el violoncelista Laurent (Xavier De Guillebon) el trío de cámara cuyo decisivo concierto preparan a la llegada de Mélanie. Y el hijo de ésta al que no se priva de perjudicar de forma bastante perversa y sibilina. Los estudios musicales le proporcionan a Mélanie la destreza para convertirse en la tourneuse de pages, la pasadora o cambiadora de páginas. La propia Ariane le advierte de la importancia de su rol, es el apoyo que garantiza su tranquilidad. A partir de ahí la venganza no solo está servida sino que es de fácil, aunque metódica, aplicación. Pero este film sin sangre que recuerda según los críticos a Alfred Hitchcok y Claude Chabrol, tanto que de haber sido Isabelle Huppert más joven podrían haberle dado tranquilamente el papel...¿pivota de forma central sobre esa venganza psicológica? ¿O se sirve de ese instrumento para dejar abandonada una advertencia? 
Una lectura posible es que esta trama podría muy fácilmente no haber tenido lugar. Ariane y Mélanie en realidad se parecen bastante. Mélanie tenía que haber confiado más en sus facultades, tal y como le aconsejaba su padre el carnivero M. Prouvost (Jacques Bonnaffé) de quien había heredado la meticulosidad. No debería haberse desanimado ni haber encerrado su música bajo llave.
Y Ariane no debería haber dejado que el trauma de un accidente le hubiera privado de la alegría de tocar, de la confianza en su brillantez como concertista de piano. Fueron sus mutuas inseguridades las que crearon el monstruo de su infelicidad. Y no hay nada que celebrar en ello, ningún triunfo ni ningún ganador al que acreditar en ese mutuo desperdicio de vida.

martes, 4 de junio de 2013

That´s depressing and it´s expensive, two words i hate. You know the words i like?
I like the word "peppy" and the word "cheap". Peppy and cheap.






Soapdish (1991)
Michael Hoffman describió con guión de Robert Harling y Andrew Bergman un pedazo de la realidad del mundo televisivo que uno de los productores, Aaron Spelling, conocía bien. No será la última vez que se acerque a una trayectoria profesional femenina estresante que tiene que lidiar con el equilibrio en el ámbito personal, sino recuérdense los apuros de Michelle Pfeiffer en One fine day (1996). Tampoco será la última vez que trabaje con el magnífico Kevin Kline, con quien repetirá con mejor o peor fortuna en A midsummer night´s dream (1999) y en The emperor´s club (2002). En este caso Kevin Kline encarna a un actor relegado a un escenario de un restaurante de jubilados en Florida, Jeffrey Anderson, que se consuela pensando que salva algo de su dignidad interpretando La muerte de un viajante de Arthur Miller aunque sea entre toses y convulsiones comatosas. La responsable de su ostracismo de veinte años es la reina del principal culebrón The sun also sets, la novia de américa (american sweethearth) ahora en la cuarentena Celeste Thalbert (Sally Field). La detestan por orden de intensidad sus compañeras de reparto Montana Morehead (Catherine Moriarty) y Ariel Maloney (Teri Hatcher, bastante antes de ser la novia televisiva de Superman). Y luego un jovencísimo Robert Downey Jr. en papel de yupie de la producción David Seton Barnes con la voluntad abducida por sus lúbricas inclinaciones hacia Montana. Las únicas aliadas con las que cuenta en inicio Celeste son su guionista Rose Schwartz (Whoopie Goldberg) y su sobrina Angélique (Elisabeth Sue, en los años que hacía de novia de Michael J. Fox en las dos últimas entregas de Back to the future). Montana y David tienen la firme intención de manipular el guión en descrédito de Celeste y resucitar en la serie a Jeffrey Anderson para terminar de desestabilizar su actuación y conseguir su retiro y el ascenso de Montana. A pesar de los aberrantes argumentos que se pueda manejar en este tipo de producto televisivo, la realidad, como se evidencia en el momento culmen de la cinta que justifica su retitulación española de Escándalo en el plató, prueba ser aún más escabrosa. Las revelaciones demuestran que el star system no tiene ninguna tolerancia ante los perfiles personales que no se ajusten al personaje fabricado por la industria para sus actores. Y que la fama implica una servidumbre importante y no pequeños sacrificios a la felicidad. Pero puesto que esto es una comedia aparte de mucho brillo barato en el vestuario siempre se puede contar con un giro en la trama que asegure un final sino muy creíble sí fiel al espíritu de atar cabos y poner un punto final sobre cada trama individual que caracteriza al género del culebrón televisivo. La elección de Sally Field no es casual porque sus comienzos fueron en televisión donde acumuló una larga experiencia como actriz hasta su primera película en 1977. Y no tuvo inconveniente en volver a ella en los años noventa incluso con un óscar bajo el brazo.