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lunes, 8 de abril de 2013


Attaquer à la hierarchie c´est remettre en cause le système.
On va pas vous en laisser faire ça.



36, Quai des Orfèvres (2004)

No hay peores odios que los que se profesan rivales que en el pasado compartieron amistad, confidencias e incluso un amor. Esa abismo entre Léo Vrinks (Daniel Auteil) y Denis Klein (Gérard Depardieu) a propósito de Camille Vrinks (Valèria Golino) determina en buena parte esa pérdida de gracia o hado fatal que se abate sobre el equipo de policías de la dirección del título de esta película de Olivier Marchal. El superior de ambos, el director de la policía judicial Robert Mancini (André  Dussolier) pone la nota ecuánime, equilibrada y racional a ese dúo BRI - OCD que es puro estómago y que se mueve por instintos. Aunque se había decidido por Vrinks para sustituirle en el puesto, su caída en desgracia favorece al hombre que contribuye a esa caída, Klein, que es quien accede al poder que tanto ambicionaba. Se acumulan las injusticias sobre aquellos que nos inspiran más simpatía, aquellos que conservan aún mayor cantidad de humanidad, un número mayor de buenos gestos que oponer a la corrupción de otros. Aquellos que amaban la profesión abandonan, como Ève Verhagen (Catherine Marchal, esposa del director) hacia oscuros puestos. Es cine negro, muy negro, con algunos pasajes próximos al melodrama. Con el privilegio de reunir padre e hija en la ficción y en la realidad, Lola Vrinks en edad de 17 años interpretada por Aurore Auteil. Aunque, si se suma a lo ya dicho que el director se reserva un pequeño papel, el de Christo, pareja de la madame amiga del protagonista Manou Berliner (Mylène Demongeot), no hay de qué extrañarse. C´est un affaire de famille. El guión es circular, va atando todos los cabos que deja sueltos y retorna al equilibrio. No hay dramatismos en la fotografía. La luminosa campiña no está exenta de resultar idónea para albergar el crimen o la traición. Algo de lo que amamos queda y la risa va por barrios serían las moralejas más inmediatas.